Se aleja la posibilidad de llegar al mes de abril con una inflación por debajo del 4%. En Argentina nada es imposible, pero la meta simbólica que se auto impuso el Ministro Sergio Massa implicaría reducir el IPC más de un punto porcentual en cada uno de los dos próximos meses. Es poco probable. En cambio esta última gestión económica del Gobierno Fernández tiene en el activo haber evitado un escenario de espiralización, que se presentaba como un riesgo severo a mitad del año pasado cuando la economía carecía de todo tipo de anclas y la política daba señales inconsistentes. Reducir el desequilibrio macro y fiscal fue la base de un ordenamiento mínimo en la última parte del 2022. Empezó poniendo en caja el déficit que se había agudizado por el estrafalario ticket de los subsidios energéticos. Siguió con la observancia estricta del límite a la emisión monetaria. Se coronó con la acumulación de reservas producto de las dos etapas del Dólar Soja. Volver a estar en cuadro con las principales variables evitó una aceleración de precios, con consecuencias insondables en el plano social y político.
Te puede interesar
Febrero cerrará con un IPC nuevamente por la zona del 6%. A pesar de los controles y acuerdos, el desglose por categorías muestra que la inflación actual está liderada por el segmento estacional que aumentó 55,7% en el último semestre, seguido por los regulados que crecieron 42,7% en igual período. En el contraste entre la gestión Guzmán (post pandemia) y la actual gestión Massa el promedio mensual de inflación aumentó en 1,6 puntos porcentuales. Todos estos números marcan la rigidez de un índice de inflación que absorbe muy rápidamente cualquier novedad negativa, generando pisos inflacionarios cada vez más altos. De hecho, en estos meses no hay novedades internacionales que propaguen el proceso local: los precios de los commodities descomprimieron y la inflación empezó a ceder en todo el mundo. El régimen por el que transita Argentina no procesa a la misma velocidad las novedades macro. La estructura contractual de nuestra economía presenta una indexación amplia y de alta frecuencia, que implica un arrastre desde la inflación pasada hacia el futuro.
La inflación actual es asimétrica y genera un impacto socioeconómico indeseable. No siempre ocurre ni es trivial, pero dada la extensión en el tiempo y la mayor incidencia en los productos básicos, los efectos distributivos son regresivos. Desde fines de 2021 la canasta básica presentó un encarecimiento del 4% ajustado por inflación. El ratio entre IPC de alimentos e IPC general también se deterioró, con un aumento del 0,8% en igual período. En el detalle por productos, se encuentran algunos alimentos básicos de crecimiento nominal superlativo en el último semestre, como la harina de trigo (+49,6%), la leche fresca (+58,2%) y el aceite de girasol (+67,1%). La falta de referencias intentó ser mitigada por el acuerdo “Precios Justos”, que comenzó con niveles aceptables de cumplimiento, aunque se pinchó en los últimos meses. La segunda etapa del programa redujo el parámetro de aumentos de los productos incluidos en el acuerdo que no están congelados. Esto redujo los incentivos al abastecimiento en un contexto de (nueva) aceleración inflacionaria. A Precios Justos hay que justipreciarlo: es un programa para reducir la volatilidad; no para bajar la inflación.
El problema evidente con los precios relativos se agudizó en los últimos meses. La elevada persistencia del proceso genera atrasos continuos en los diferentes capítulos del índice. Un ejemplo puede ser el rubro de la carne, que durante el año pasado aumentó 35 puntos por debajo del promedio general dados factores puntuales de mayor oferta. Una vez que esas contingencias se revierten, los aumentos discretos son considerables. Otro caso paradigmático son los rubros de marcada estacionalidad, como los de educación o turismo, que condensan los aumentos en un período puntual del año. Cada actualización es seguida de una réplica, que le da continuidad a la dinámica inflacionaria. Emprender un espiral descendente es complejo si no se cuenta con anclas nominales o expectativas bien alineadas, en el marco de un programa económico. La inercia también realimenta la puja distributiva en el segmento formal de la economía, a pesar que las paritarias corren de atrás dada la aceleración de precios que lleva más de un año.
Massa va a pasar a la historia como el Ministro que evitó una hiperinflación en Argentina. No alcanza para movilizar ningún favor electoral a corto plazo, pero seguramente se va a poner en valor cuando se analice en retrospectiva el derrotero por el que transitaba la economía en el peor momento de la corrida financiera/cambiaria del 2022. En el inicio de su gestión, el actual Ministro decidió no resignar el crecimiento económico en pos de un Plan de Estabilización de shock. Esta elección tuvo sus pros, ya que se sostuvo la creación de empleo y la economía no ingresó en una recesión severa. En contraposición, bloqueó la posibilidad de adecuar variables y mercados para generar un nuevo esquema que ordene los incentivos y los precios relativos. Todo esto quedará para el próximo Gobierno, a partir del envión que significa una validación reciente en las urnas. Sea quien sea que gane las elecciones deberá implementar un programa integral, que en el corto plazo recupere los equilibrios macroeconómicos con el propósito de recuperar la confianza y resetear rápidamente la dinámica de precios.