Tanto Juntos por el Cambio como el Frente de Todos parecen obligados a tener que responder de qué forma bajarán la inflación y lograrán que se acceda a la divisa norteamericana sin restricciones. Al oficialismo su base de sustentación le exige, además, que diga cómo hará la redistribución de la riqueza que prometió pero no concretó durante la actual gestión.
El espacio de Javier Milei, en cambio, no rinde examen ante esas preguntas. O ni siquiera admite las inquietudes porque, podría interpretarse según el veneno de su lengua, la incertidumbre es cosa de la casta. La mayoría de sus seguidores, envueltos en una especie de clima punk, suponen que la inmediatez y la bronca son la única certeza y da igual lo que venga después.
En ese contexto, el peronismo empieza a tramitar sus antagonismos internos con un poco más de seriedad que sus contrincantes macristas y radicales. Conscientes de que sin auxilio financiero de China y el FMI cualquier anhelo electoral sucumbiría ante la primera corrida cambiaria, tanto el kirchnerismo como lo que queda del albertismo que no fue le prenden velas a Sergio Massa. Hábil vendedor de expectativas optimistas, el tigrense fabrica pronósticos favorables y luego se verá cómo los capitaliza.
Lo llamativo de los últimos días es que los sucesores del experimento de laboratorio político del establishment -esto es, el Pro- no encuentren puntos de acuerdo básicos ni le brinden sosiego a sus financistas. Ante su propio estancamiento, Horacio Rodríguez Larreta sumó al gringo Juan Carlos Schiaretti y encendió la furia de Patricia Bullrich, que confía en que puede vencer al actual jefe de Gobierno porteño en las primarias.
Ambos contendientes radicalizan su encono con el otro a punto tal que se perrean el territorio bonaerense a niveles que preocupan al empresariado, que no quisiera resignarse a una victoria cómoda del gobernador Axel Kicillof.
Mientras tanto, una parte del radicalismo se conforma con poner su estructura, como en 2015, al servicio del entramado electoral que exprese a la clase dominante y otra porción pugna por tener más visibilidad aunque vaya en el furgón de cola.
Así las cosas, da la sensación que la subordinación política al plan de negocios de la clase dominante terminará definiendo las candidaturas de todas las boletas con chances electorales. Es decir, la economía esculpe lo que la vicepresidenta Cristina Kirchner llamó mascotas del poder.
Claro que la fuerza popular organizada no se traga esa pastilla domesticadora con docilidad. Sus cabildeos van desde el repliegue táctico mientras se vota en defensa propia hasta la pulseada por imponer el nombre de alguien que, al menos, no se hinque ante los verdugos.
En definitiva, faltan menos de 20 días para el cierre de listas, un par de elecciones provinciales que deberán pasar por la pasteurización gorila de la Corte Suprema, una reunión de gobernadores en el Consejo Federal de Inversiones que promete poner el apellido de algún que otro compañero de fórmula, la publicación de los datos de la inflación de mayo prevista para el 14 de junio y la respuesta del Fondo a los reclamos de Massa. Los pronósticos de consultoras y rosqueros de cafetines son nada más que una licuadora.
Por Cynthia García y Pablo Di Pierri