Por eso, los primeros días de una carrera rumbo a los comicios suelen plagarse de chismes, acusaciones y pases de factura.
Sin embargo, ayer se produjo una novedad. Sergio Massa recibió una especie de bendición pública de los organismos de derechos humanos por su gestión en Estados Unidos para repatriar el avión que utilizaron los torturadores de la última dictadura en los llamados "vuelos de la muerte". De pronto, la militancia se desayunó con un apego inusitado del tigrense a la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. O al menos, un reconocimiento generoso de Madres y Abuelas, familiares e Hijos y sobrevivientes en general, aunque nada de esto signifique un cheque en blanco.
En ese contexto, la vicepresidenta Cristina Kirchner contó con pelos y señales cómo fue el último tramo de la negociación de las candidaturas entre las diversas fracciones del oficialismo. Lo más saliente fue que dijo, ante la militancia, que su candidato era Wado De Pedro si había PASO pero que el presidente Alberto Fernández lo vetaba y que, ante esa negativa, recurrió en auxilio de Massa para una candidatura de unidad. Es decir, Massa no es su candidato original.
En el mismo acto que lo presenta con indulgencia frente a los organismos de derechos humanos, relativiza la pertenencia del candidato elegido y protege la identidad kirchnerista con claridad frente a eventuales desviaciones.
Es como si todavía estuvieran acomodándose los melones en la carretilla. Tal vez la Vicepresidenta atiende a la dificultad de la base de sustentación para digerir la noticia de Massa candidato, a pesar de que cualquiera sabe que en política el mandato es ganar contra el adversario que pretende destruirte.
Por lo pronto, los discursos de los candidatos de Unión por la Patria parecen orientados a una conversación sistémica, interna, casi partidaria, aunque se produzca delante de las cámaras. En este tramo, todos destacan la comprensión del ministro del Interior, que se corrió sin mezquindades a pesar de que lo empujaron a comunicar su candidatura y luego lo bajaron.
Quizá haya que esperar un poco más para que baje la espuma de la refriega intestina y florezca una narrativa para el trance de la etapa electoral. Si bien Massa puso de moda el apotegma sobre la necesidad de que haya orden político para que haya orden económico, es preciso advertir que no hay orden político si primero no se ordena la palabra. Y más aún: el examen que deberá rendir el oficialismo será el de restituir el valor de la palabra pública, frente a una sociedad que observa con ajenidad una oposición desbocada y un peronismo que no deja de mirarse al espejo preguntándose quién es más lindo.
*Por Cynthia García y Pablo Di Pierri