"La producción de la vacuna de Oxford contra el coronavirus estará a cargo de Argentina y México en América Latina", dijo el presidente de la Nación, Alberto Fernández. en la conferencia de prensa convocada luego de coordinar los últimos detalles con los directivos de AstraZeneca, el laboratorio encargado del desarrollo junto con la fundación Slim. No era un anuncio más: el país revalidó en ese momento su capacidad para el avance científico.
Si bien la vacuna está en fase experimental, es la más avanzada del mundo. Incluso más que la ya registrada por Vladimir Putin en Rusia. La de Oxford está en "fase 3", la última necesaria para probar su efectividad. Hay, tanto en el gobierno como en los laboratorios que la desarrollan, una tendencia optimista y por ello el anuncio. En voz de Alberto Fernández, se cree que para el primer semestre de 2021 podrían comenzar a vacunarse los grupos de riesgo y el personal de salud.
Que Argentina haya sido seleccionada no es una cuestión de azar. Es más bien una consecuencia de lo que supo ser una política de Estado que se intenta retomar a paso lento pero firme. La capacidad tecnológica y el desarrollo científico disponible fueron argumento suficiente para lograr que la producción tenga lugar el país, lo que traerá beneficios tales como que una vez implementada se podrá acceder "entre seis y doce meses antes" que en muchos otros lugares del mundo y a un precio mucho más accesible. También, de esta manera, Argentina se garantiza disponibilidad de stock de la que seguramente será la vacuna más demandada del mundo. Un dato de color: el único país latinoamericano que avanzó con otro proveedor fue el Brasil de Jair Bolsonaro.
El ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, dijo que la vacuna será "gratuita" para los argentinos una vez que sea aprobada. Si bien las dosis costarán entre cuatro y seis dolares cada una, se repartirán sin costos para la sociedad.
Como era de esperarse, la noticia fue recibida con entusiasmo por gran parte de la sociedad. Sin embargo, el optimismo fue matizado por Alberto Fernández cuando dijo que "por ahora todo sigue igual. Hay que cuidarse". Gestión y prevención, las únicas dos variables con resultados efectivos, en la medida de lo posible y que se conocen a la fecha, para la pandemia. La consigna de los dirigentes políticos con responsabilidad de gestión está clara: convencer de que la cuarentena tuvo sentido a partir de mantener estables los contagios, las muertes y la ocupación de las camas de terapia intensiva, para dar el margen de tiempo necesario para mejorar el mapa de cobertura sanitaria y la cantidad insumos disponibles hasta que la vacuna sea una realidad.
Los resultados, que pueden calificarse como positivos en la desgracia en la que sumergió al mundo el coronavirus, abrieron también el debate sobre salud, ciencia y tecnología a partir de su desarrollo impulsado por el Estado. Hacer un poco de revisionismo histórico sobre qué se hizo los últimos años en estos términos puede resultar esclarecedor respecto de las prioridades de cada gobierno de turno.
En un país en el que habían sido enviados "a lavar los platos", los doce años de kirchnerismo habían dejado como saldo una política de reparación con los científicos que era una base a desarrollar más que interesante en términos de salud, ciencia y tecnología. Desde aquella reunión Néstor Kirchner-Adrián Paenza, pasando por los aumentos a los integrantes del CONICET y culminando con la creación del ministerio y los proyectos desarrollados desde allí.
Solo para mencionar algunos logros a partir de que el desarrollo científico se volvió una política de Estado, se pudieron visualizar en ese contexto la repatriación de investigadores, el aumento presupuestario para el avance de proyectos, la mejora salarial del personal y el incentivo a la participación, con resultados positivos que derivaron en las condiciones que el país hoy ostenta para poder participar en la producción de la vacuna contra el COVID-19.
Hay, sin embargo, datos de la gestión de Mauricio Macri totalmente opuestos a los mencionados. Según Chequeado, "la inversión de Ciencia y Técnica se redujo de 0,35% al 0,26% del PBI desde 2015 hasta 2018". Terminó ese año en el porcentaje más bajo desde 2007. En términos sanitarios los resultados también dejan mucho que desear: con la reducción del presupuesto de un 25% entre los cuatro años de gestión, el aumento en los costos de los insumos por la devaluación de la moneda, la falta de programas públicos de prevención, cuidado y promoción de la salud, la falta de dosis de vacunas, la reaparición de epidemias y la degradación a secretaría del ministerio de Salud. Las prioridades, evidentemente, eran otras.
En medio de este panorama, y lejos de una autocrítica, es el mismo Macri quien impulsa una marcha que tendrá lugar en el Obelisco, y quizás en otras ciudades el país, contra el gobierno. En plena pandemia, con el sistema de salud a punto de desbordarse y llegando al pico de contagios. Todo desde su exilio en Francia. Los "dialoguistas" de su partido todavía son esquivos a confrontarlo y prefieren poner paños fríos ante una situación que no solo empeorará las condiciones sanitarias de sus distritos, sino que también tendrá consecuencias letales para algunos ciudadanos. La situación es extremadamente delicada y los datos serán los que, una vez más, ofrecerán conclusiones sobre cómo actuaron los responsables de gestionar en la crisis. Al ex presidente, mientras tanto, nadie le pide algo distinto de lo que pregona: después de todo, está siendo consecuente con lo que hizo en su paso por la Rosada. Su desinterés por la salud de la sociedad no es nuevo. De los demás, todavía se aspira a una oposición un poco más responsable y el tiempo dirá si estuvieron a la altura.