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Lanata en el lado marrón de la vida

La trayectoria y el rotundo cambio del periodista Jorge Lanata.
Viernes, 10 de julio de 2020 a las 16 42

Por Luis Enrique Mastroiani Calderon

Viernes, 10 de julio de 2020 a las 16:42

Para quienes éramos jóvenes con algunas inquietudes ideológicas progres en años tan llenos de desilusión como los noventa, Página 12 fue una isla contenedora que con frecuencia visitábamos.

Este medio gráfico nació en tiempos de la recuperada democracia argentina, el 26 de mayo de 1987. Era el distinto con respecto los otros diarios, que habían sido cómplices del accionar asesino de la última dictadura. En consecuencia, esta nueva época permitió generar una publicación libre de pecados graves y con abundante sentido crítico.

El flamante diario contaba con un interesante staff de periodistas y escritores que habían sido prohibidos por el autodenominado Proceso: Osvaldo Bayer, Miguel Bonasso, José Pablo Feinmann, Eduardo Galeano, Juan Gelman, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Horacio Vertbitsky y otras firmas destacadas. Lo más novedoso era su director, un joven veinteañero cuya personalidad no desentonaba al lado de las enormes plumas de su equipo. Su nombre, Jorge Lanata
Sí, el mismo que hoy los millenials se acostumbraron a  ver, escuchar y leer cómo insulta cualquier medida con cierto aire de popular en los medios más importantes del oligopolio Clarín.

Este personaje transformista aportó un estilo creativo y audaz con Página/12, que fue bisagra en el periodismo argentino.  Títulos ingeniosos, contenidos de nivel sin solemnidades ni prejuicios, derechos humanos en su línea editorial y portadas inolvidables como la tapa blanca -realizada tras el indulto de Carlos Menem a los exdictadores- formaron parte de sus logros en aquellos años de traiciones políticas.

Pero un día, Lanata decidió alejarse de esa meca del periodismo progre vernáculo, aduciendo que esta había sido adquirida por el pulpo Clarín. Esta ida le sirvió al creativo periodista poder reinventarse con éxito en los medios audiovisuales. Día D y Hora 25 fueron el saldo de aquella etapa sin mordaza, en la que terminaría censurado.

No obstante, nuestro protagonista no se rindió y volvió a su primer amor, la gráfica, con un revista que dejó huellas: Veintitrés.”Ningún monopolio podrá comprar todos los puestos de diarios”, desafiaba a las grandes corporaciones el entonces rebelde. Mientras tanto, muchas personas se referenciaban con su imagen de incomprable, que para algunos jóvenes fue determinante en el hallazgo de su vocación periodística. En síntesis, su carrera parecía no tener techo.
Sin embargo, su estrella empezó a apagarse. Primero con un programa de nivel irregular en Canal 26. Se lo percibía desangelado en la mayoría de los programas. Hasta que un día no hizo creer que había vuelto a su mejor nivel: en medio de la discusión del proyecto de ley de Medios, Lanata mostraba a través de un gigantografía la gran concentración mediática del grupo Clarín. Esta intervención fue uno de los argumentos más convincentes que confirmaba la necesidad de sancionar una legislación vinculada al tema.

Por su parte, la plana mayor del hiperpoderoso Clarín realizó una acertada lectura de los posibles efectos que podía acarrear posturas en contra de ese tipo. Por lo tanto, Héctor Magnetto y compañía decidieron romper algunos chanchitos. Apelaron a los problemas financieros y de salud del díscolo conductor televisivo para buscarle su precio… Lo encontraron: el personaje le salió caro pero resultó muy efectivo para su periodismo de guerra.

El viejo Imperio romano no pagaba traidores pero el establishment comunicacional argentino, sí. Lanata siempre manifiesta estar muy en esta etapa. Se lo ve mejor en su economía y cuenta con crédito infinito para solventar cualquier tratamiento médico de su deteriorada salud. Hasta se lo ve elegante y reside en el aristocrático Edificio Kavanagh. Pero cuánto se huele a podrido, cuando uno pasa al lado marrón de la vida… Demasiado insoportable para quienes, alguna vez, lo quisimos tanto.
 

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