El modo de creación política del campo popular está agotado. El Frente de Todos gira sobre sí mismo, a un ritmo enloquecedor, desquiciándose en una hoja de ruta sin más programa que el vamos viendo.
Los cambios de gabinete constituyen tal vez el último gesto de audacia por parte del presidente Alberto Fernández, que no se animó a acumular poder bajo el supuesto pecado original de haber sido ungido para la tarea por la vicepresidenta Cristina Kirchner. Y se permite ese gesto de audacia, tal vez, arrinconado ya y sin margen para nada más. Irrita a la CGT, desconcierta al círculo rojo y hasta ensaya una mueca hacia el kirchnerismo, pavoneándose en la fiesta del off de récord.
Pero tampoco hay un itinerario claro en las otras tribus de la coalición. Entre al ajuste sin alivio para la sociedad que potenciara Sergio Massa y el despliegue represivo en Mascardi contra los mapuches y en el estadio de Gimnasia y Esgrima de La Plata, lo único que crece es la incertidumbre sobre cuál es la jugada, si es que la hay, que podría diseñarse para no caerse en un tobogán directo hacia el arenero del fascismo.
En ese contexto, no se salva nadie. Porque la agenda de Río Negro la pusieron Clarín y La Nación con la agitación previa de Patricia Bullrich y los vecinos del lago, más parecidos a los sanguinarios de la Liga Patriótica que cazaba anarquistas que a asambleístas que piden seguridad. Luego, el Gobierno nacional cede con complacencia al reclamo, urde una fuerza especial y acomete contra la comunidad del lugar. Para el oficialismo, todo es pérdida: por izquierda o desde el progresismo, cosecha críticas por la vulneración de los derechos humanos en una protesta por la propiedad ancestral de la tierra; por derecha, se burlan de la Casa Rosada porque, salvo por las mujeres que sacaron a empellones brutales hacia el penal de Ezeiza, los activistas se refugiaron en la montaña y los gendarmes no pudieron capturarlos.
Con el operativo en la capital bonaerense resultó parecido. El gobernador Axel Kicillof es terminante con los uniformados que condujeron la jauría contra los hinchas del Lobo y no declina su apuesta por transformar la Policía. Se ve en figurillas para no echar a Sergio Berni y lo defiende diciendo que es abnegado y comprometido con su labor, como si eso fuera un valor en sí. El electorado observa y calcula: para qué votar un gobierno con un ex militar con pinta de meme que se jacta de liderar una fuerza que ya se le paró de manos en la rebelión de 2020, rodeando la residencia del Gobernador y la del Presidente; y acredita la mancha de la desaparición de Facundo Astudillo Castro. Entre el sticker y el original, el indignado que quiere seguridad ya sabe qué boleta tiene que poner. Hacer lo que no se cree que se debe hacer sólo termina en derrota. Y dejar que se haga, propicia el desahucio.
El último de los tópicos de estos días podría ser el tonto debate sobre las PASO. No es verdad que las primarias no le hayan servido al peronismo y tampoco es tan evidente que sin internas abiertas la oposición no se organice de cara a los comicios. El riesgo de enredarse en discusiones de semejante esterilidad puede derivar en la tragedia de tener que soportar un ballotage entre Juntos por el Cambio y Avanza Libertad.
Si el peronismo quiere retener el gobierno en 2023, tiene que abandonar su determinismo económico basado en planillas de Excel y hablarle a la sociedad sin apelar a la industria de la nostalgia. Los legados se reivindican pavimentando futuro y el futuro no necesita custodios ideológicos sino líderes que no renuncien a ser quienes son pero aprendan a surfear la época.
Cabeza en alto, sí. Pero brazos más abiertos que nunca para abrazar la democracia. Para ser profundos, decía el flaco César Luis Menotti, hay que ser anchos. Pero para ganar sin depender de una carambola, arriesgamos nosotros, hay que saber a qué se juega.