Antes de dar un paso tenés que saber dónde vas a pisar. No hay mucha vuelta que darle. Puede haber algo que te lastime, no ser una plataforma firme, necesitás saber que el hielo no se va a romper o que no te va atropellar un colectivo a toda máquina. En política económica es lo mismo. Tenemos que saber dónde estamos parados y cómo avanzar. Para seguir con la analogía: desde hace tiempo, la economía argentina no logra dar dos pasos firmes. El estancamiento de una década del producto per cápita es el mejor ejemplo. Ahora bien, ¿Cuál es el diagnóstico para Argentina? ¿Si tuviéramos que decidir por un único problema como el más grave, cuál sería?
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Las respuestas podrían ser el déficit de cuenta corriente, el déficit fiscal, la mala administración del gobierno X o la inflación. Quizá en todas haya algo de cierto. Pero acá vamos a defender la hipótesis de que el principal problema de Argentina es su bimonetarismo. No tener una moneda nacional vuelve imposible el crecimiento debido a que una parte importante de todo excedente, stock de riqueza o flujo de ahorro es dolarizado, lo que hace que la Argentina se encuentre siempre incumpliendo la condición de sustentabilidad de su macroeconomía. ¿A qué me refiero con esto? Veamos.
Todo Estado periférico necesita divisas para financiar su crecimiento. El porqué de eso tiene dos partes: una técnica, propia de todo país que necesita insumos importados, y una financiera, propia de todos los países que no emiten la moneda de referencia mundial. Estas, a su vez, tienen su reflejo en la balanza de pagos, donde se registran las transacciones de los países con el resto del mundo. Grosso modo, la balanza de pagos cuenta con dos componentes y un derivado: la cuenta corriente (incluye la balanza comercial, de servicios, el ingreso primario, donde se contabilizan los pagos de intereses de la deuda externa, y el ingreso secundario), la cuenta financiera (donde se reflejan flujos de capital tales como las inversiones extranjeras directas, las inversiones de cartera y la formación de activos externos o FAE) y la variación de reservas del Banco Central, que es resultado del consolidado de las dos cuentas mencionadas con anterioridad. Así, si un país, no importa cuál, exporta más de lo que brinda en financiamiento y de los intereses que paga al resto del mundo por deudas previas, acumulará reservas internacionales. Caso inverso, perderá reservas. Pero el punto importante acá es que, cuando crecen, todos los países demandan insumos del exterior que deben ser pagados de alguna manera: con dólares provenientes de las exportaciones, de la deuda, de la inversión extranjera o de las reservas internacionales. En Argentina, se suma el hecho de que, aunque no crezcamos, los agentes demandan dólares no sólo para bienes importados o cancelar deudas sino para mantener su riqueza y/o ahorro. Por lo que la condición de sustentabilidad macroeconómica del país consiste en que el ingreso de dólares debe ser al menos necesario para cubrir la salida de divisas por comercio, deuda y, además, el atesoramiento por parte de las personas humanas y jurídicas.
Las cuentas nacionales ilustran lo dicho: ¿Qué cuenta drenó más divisas en la última década? Si observamos el balance cambiario del Banco Central, donde se registran las transacciones de los agentes en el Mercado Único Libre de Cambios (MULC), vemos que en el acumulado de la última década (2011-2021) la cuenta corriente fue positiva por 30.000 millones de dólares mientras que la cuenta financiera fue negativa por 186.000 millones de dólares. Curiosamente, nuestra economía fue superavitaria en el balance comercial. Por lo que es difícil argumentar que el principal problema de nuestro país radica en el intercambio de bienes y servicios con el exterior.
Sin embargo, por más que el principal componente negativo de la cuenta financiera haya sido por lejos la FAE, lo anterior no debe interpretarse como una preferencia irracional de los argentinos y las argentinas por el billete verde. Al contrario: este comportamiento es una adaptación. Si aceptamos la premisa de que todos/as buscan preservar el valor de su ahorro y de su riqueza, al ver el retorno de los plazos fijos vs el desempeño del dólar vemos que la tendencia a demandar dólares es perfectamente racional. Tanto en el período 1985-2003 como entre 2004-2020 el retorno promedio del dólar fue superior al de poseer un depósito a plazo fijo. Como se observa en el gráfico: esto es una anomalía para la región. Ante la opción de ver licuarse sus ingresos o buscar activos externos, es claro el atractivo de la segunda alternativa.
En síntesis, la Argentina está en un escenario donde la demanda de divisas para dolarización de excedentes parece no tener límites. Paradójicamente, crecer, que no es otra cosa que aumentar el ingreso de los hogares y las empresas, aumenta la presión sobre la economía nacional al romper la condición de sustentabilidad básica para cualquier país periférico: en el mediano plazo, la demanda de dólares no puede crecer a mayor ritmo que su oferta. Frente a una demanda siempre latente que en ocasiones de restricciones cambiarias se canaliza a través de las opciones financieras o ilegales y termina, por una vía u otra, vaciando las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) y llevando a la devaluación del tipo de cambio y al subsiguiente colapso de los ingresos del país, no deberían caber dudas de que el principal problema del país es la ausencia de una moneda nacional que funcione como reserva de valor. Romper el ciclo donde el Estado se endeuda para financiar el acceso a divisas del sector privado debería ser la prioridad de la política económica. En ese sentido, la suba de la tasa de interés por parte del Banco Central es un paso en la dirección correcta.