El año está jugado en materia productiva. La economía va a volver a caer después de dos años de crecimiento. La recesión se explica centralmente por la brutal sequía. Pero también son relevantes los cuellos de botella en la oferta productiva por la imposibilidad de abastecer una demanda con los anabólicos del aumento de la velocidad de circulación del dinero. En ese marco de suma complejidad, el Ministerio de Economía enfocó los esfuerzos a caminar la delgada cuerda floja entre evitar un desplome productivo y preservar las escasas reservas.
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Los datos de coyuntura muestran el agotamiento de los motores de crecimiento del bienio previo. El PBI registró una caída del 4,9% interanual en el segundo trimestre del año, y se acumulan cuatro meses consecutivos con actividad a la baja. La base del atolladero está en la sequía, que impactó de lleno sobre la disponibilidad de dólares requiriendo una administración más restrictiva de las autorizaciones de importaciones al tipo de cambio oficial. La falta de insumos, componentes y maquinarias le pone un techo más bajo a la producción potencial. No obstante, la inercia de la recuperación post pandemia y la mayor demanda por repudio a los pesos permitió mantener los niveles de venta sin un desplome de proporciones. Como saldo neto de los procesos anteriores proyectamos una caída de la economía en el orden del 2,5% para 2023. De ocurrir, dejaría el saldo integrado de esta gestión en una suba módica del PBI del 2% acumulada en cuatro años, que se reduce a cero una vez ajustada por el crecimiento de la población. El lockdown del primer año por la pandemia, los coletazos de la falta de lluvias actual y las inconsistencias al interior del gobierno, explican este resultado.
En el desglose sectorial, dos de los principales rubros productivos presentan una marcada debilidad desde el segundo trimestre del año. La industria opera con heterogeneidad, dadas las diferentes elasticidades de la demanda y la intensidad en el uso de insumos importados. En el promedio inter industrias, el sector fabril presenta un avance casi neutro en los primeros siete meses del año (+0,5%), pero con dos últimos meses en franca caída. En particular, la construcción retrocede 2,6% entre enero y julio, consolidando un cuatrimestre consecutivo a la baja. Se trata de un sector muy afectado por las contrariedades en el financiamiento privado, pero también por el menor vigor de la obra pública. Obviamente el sector más dañado por las contingencias exógenas es el agro, que registra una retracción del 30,8% interanual en la primera parte del año. Además del efecto directo por la magra cosecha, también operan conexiones indirectas de propagación en actividades conexas como el transporte, que cae -1,6% en los primeros siete meses del año. En el extremo opuesto y con rendimiento aún aceptable se encuentran sectores vinculados a servicios, como el bloque de hotelería y restaurantes (+6,9%), enseñanza (+2,6%) y actividades inmobiliarias (+1,9%).
La endeblez productiva no colisiona con la dinámica laboral. Los niveles de desocupación en 6,2% son los más bajos desde 2015, a pesar que la calidad del trabajo no es la ideal. El empleo privado ya hilvana 34 meses consecutivos de crecimiento, con una variación positiva del 5,9% desde fines del 2019. Estos buenos números son parcialmente producto de la rigidez de un mercado con movimientos poco sensibles, tanto en momentos de auge como en contextos recesivos. En cualquier caso, el crecimiento del nivel de ocupación se produce en un contexto de mayor precariedad por modalidades flexibles como el monotributo, que hoy representa casi el 20% del empleo total cuando hace cinco años atrás explicaba solo un 15%. En paralelo, también sufren los ingresos fijos vinculados al trabajo. Desde diciembre del 2019 a la fecha el promedio del índice de salarios cae 1,1%, una vez ajustado por inflación. En el plano conceptual puede ser contraintuitiva la coexistencia de un mayor nivel de producción con salarios a la baja en los últimos cuatro años. En los hechos se explica por un deterioro en la distribución del ingreso, con el trabajo perdiendo participación en el margen.
Subiendo la lupa para analizar el desempeño regional, Argentina forma parte del bloque de los países con desempeño menos satisfactorio. Tras el rebote acelerado post pandemia la mayoría de los países lograron mantener niveles de actividad aceptables y una trayectoria más armoniosa en las variables macro. Claro que ninguna economía afrontó dificultades como las nuestras con el principal segmento de exportación. Sin ir más lejos, este año en Brasil la cosecha de granos fue muy significativa, compensando la menor producción argentina y neutralizando cambios en los precios internacionales. Otras economías de la región sí sufrieron un deterioro de términos de intercambio, dado el retroceso del petróleo y otros commodities vinculados a las actividades extractivas. Con esquemas cambiarios flexibles, el tipo de cambio funciona como amortiguador y evita que los menores valores exportados redunden en desequilibrios severos en la balanza de pagos. Párrafo aparte para el descontrol nominal que transmite ruido a la producción, atentando contra la eficiencia económica. Hoy el régimen de súper inflación en Argentina es una anomalía a nivel regional, solo comparable con la situación de Venezuela.
Las perspectivas hacia delante se parten en dos momentos bien diferenciados. En el último trimestre del año es esperable que se profundice la tendencia recesiva, conforme el poder de compra de los salarios pierde potencia. Las medidas expansivas de septiembre son paliativos válidos, pero insuficientes en un contexto de cambio de régimen inflacionario. La búsqueda de cobertura en bienes le pone un piso a la caída de la demanda, pero la disponibilidad de bienes durables ya no es plena. Con todo, no se ve un desplome de la actividad en lo que resta del año, sino más bien una continuidad de la tenue desaceleración. Distinto puede ser el escenario para el año próximo, con mayor probabilidad que se perfeccione un programa de estabilización. No es claro que su puesta en marcha sea indefectiblemente contractiva, pero la acumulación de desequilibrios puede generar una ventana de tiempo de reacomodamiento bajista. El cambio de precios relativos puede impactar sobre la demanda interna y desnivelar la relación entre ahorro y consumo en contra de esta última. La intensidad y extensión del período de transición dependerá de las características del nuevo programa.
Desde un enfoque de política económica Massa este año intentó construir un dique de contención para reducir los efectos de la falta de reservas y minimizar la caída del PBI. Es así que diseñó todo tipo de preferencias cambiarias para estimular las exportaciones de los (pocos) granos disponibles y garantizar un saldo de dólares para alimentar la adquisición de bienes externos. Ciertamente no fue suficiente. Las trabas del mercado cambiario y las consecuencias de la falta de lluvias fueron demasiado. Se abre para 2024 una incógnita: ¿la economía puede recuperar la senda del crecimiento o caminamos indefectiblemente hacia un escenario de destrucción productiva como paso previo para la estabilización de la macro?