Uno de los éxitos en los cines del año sin dudas es "El tiempo que tenemos", el nuevo film protagonizado por 2 de las estrellas del momento del mundo cinematográfico, Andrew Garfield y Florence Pugh.
La historia nos muestra a una pareja que debe transitar juntos una dura enfermedad y tomar una decisión respecto al futuro de ambos. Sea cual fuera la decisión, traerá dolorosas consecuencias para ambos, ya sea a corto o largo plazo.
La película tiene muchos aspectos a destacar, pero sin dudas, el principal es la emotividad que la acompaña de principio a fin. En cualquier escena, en cualquier fotograma, está presente para despertar nuestros sentidos y mantener esa emoción a flor de piel constantemente.
Seguramente habrán leído en todos lados sobre la química entre ambos protagonistas, y esta vez no será la excepción, porque genuinamente vale la pena hablar de esto. La complicidad entre ellos es tal que uno empieza a dudar sobre lo que está viendo. ¿Realmente estas dos personas no se aman detrás de cámara? Un amor increíblemente construido y llevado a la perfección.
El único aspecto algo cuestionable es la falta de claridad en algunos de los tantos saltos temporales que presenta la película. Si bien se entiende a la perfección, principalmente por el cambio en el peinado de Florence Pugh, puede resultar un tanto confuso, aunque para nada dificultoso de seguir.
"El tiempo que tenemos" es una película que roza la perfección dentro de su género, donde la felicidad, la tristeza y el humor están equilibrados de manera tan precisa que se convierte en un pronto clásico indispensable del universo de los dramas románticos.
⭐ 9/10
El director John Crowley presenta su más reciente película, We Live in Time, un drama íntimo que explora las complejidades de las relaciones humanas. En una charla reciente, explicó cómo el filme no se trata solo de romance, sino de una profunda reflexión sobre el sentido de la vida cuando el tiempo se vuelve limitado. "Es una película sobre dos personas tratando de responder a la pregunta: ¿qué es una vida significativa frente a una vida acotada?"
Crowley destaca que, aunque en sus dos películas previas, como Brooklyn, el romance juega un rol importante, "no es lo que realmente quiero capturar en la película". Según el director, las relaciones que se muestran son "una consecuencia feliz de la historia" que está contando, y los actores no se enfocan en interpretar el romance de manera consciente. Más bien, se centran en los obstáculos y las decisiones de sus personajes. Crowley tiene un fuerte compromiso con la "emoción sincera", pero sin caer en lo sentimental o artificial.
Una de las características destacadas de We Live in Time es el uso de los saltos temporales. Crowley explica que el guion ya estaba estructurado con un principio, medio y fin, pero durante el proceso de edición, "rompimos todo y lo rearmamos". El director y su equipo jugaron con el orden de los eventos, y el resultado final es un relato en el que se va descubriendo gradualmente el retrato completo de una relación. Los saltos temporales permiten, según Crowley, mostrar de manera más fluida cómo una pareja construye una vida juntos a pesar de las circunstancias dramáticas que enfrentan.
La música también juega un papel crucial en el tono emocional del filme. Crowley trabajó con Bryce Dessner, de la banda The National, en la composición de la banda sonora. "Encontrar la identidad musical fue difícil. Si ponías la pieza equivocada, la película perdía su esencia". Después de varios intentos, Dessner creó un tema principal que, aunque inicialmente tenía un tono melancólico, terminó capturando la esencia dual de la película: "un lugar entre lo feliz y lo triste". Esta música acompaña especialmente bien las secuencias de montaje, que muestran la evolución de la relación de los protagonistas.
En cuanto al desafío de dirigir una película que depende tanto de la interacción humana y no de efectos visuales, Crowley señala que la mayor dificultad fue hacer que los saltos temporales fueran claros y fluidos. "Quería que la audiencia sintiera una incertidumbre al principio, pero luego todo se iba a asentando. La película fluye, pero también requiere que el espectador se eduque rápidamente".
Uno de los momentos más complicados para Crowley fue el rodaje de la escena del parto, que involucró muchos factores técnicos y emocionales. "Había tanto en juego, tanto que podía salir mal, pero cuando vi la escena por primera vez, me di cuenta de que era algo realmente especial". La escena, que se rodó durante dos días, fue una de las más difíciles pero también una de las que más satisfacción le dio al director.
El trabajo con Andrew Garfield y Florence Pugh fue clave para lograr la autenticidad de los personajes. Crowley ya había trabajado con Garfield en Boy A hace más de 15 años, y destacó su evolución como actor. "Andrew era un joven muy asustado, lleno de miedo, pero ya mostraba una increíble capacidad técnica. Ahora es un hombre con una intensidad y una curiosidad sin igual". Por su parte, Florence Pugh, quien interpreta a la protagonista femenina, también dejó una fuerte impresión en Crowley. "Es una buscadora de la verdad. No le gusta hablar demasiado sobre su rol, simplemente lo vive. Es como un misil de calor que va directo al corazón de la historia".
Por último, Crowley señala lo importante que fue para él que ambos actores se entendieran bien antes de comenzar a filmar. La química entre ellos fue clave para que la película tuviera la emoción y vulnerabilidad que necesitaba. "Tuvieron dos semanas de ensayos que les permitieron conocerse bien y crear una conexión profunda antes de rodar las escenas más intensas".