Por Cynthia García y Pablo Di Pierri
Cristina Kirchner es, toda ella o ella en sí misma, la confirmación de que algunas cosas nunca cambian.
Última dirigenta moderna, con peso propio y más votos que cualquiera -incluso a pesar de las encuestas que la ubican en su etapa menguante-, pelea con argumentos, racionalidad política y pasión militante no por su suerte sino por la de la democracia.
La represión policial dispuesta en las inmediaciones de su casa por el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, luego de que se congregaran activistas macristas y kirchneristas, separados por un delgado y provocador cordón de uniformados, también opera y tributa a esa lógica. La derecha quiere sembrar miedo a la política: si defendés lo que creés o luchás por los intereses populares, sufrirás el asedio en los tribunales y en las calles.
Por eso, el pedido de ampliación de declaración indagatoria interpuesto ayer por la defensa de la Vicepresidenta pero denegado por los jueces no era para hablarles a sus acusadores en el juzgado sino para hablarle a la sociedad. La iniciativa de la líder del Frente de Todos no apuntaba tanto al tecnicismo judicial como a la fabricación de un hecho político.
Con la negativa de los togados, se fortalece la posición de la Vicepresidenta: ahora tiene más razones para dirigirse a su pueblo.
Y esto es así porque si la acusación es moral, la respuesta debe ser política.
Es, a esta altura, inaudito que los dirigentes peronistas esperen la orden de ella o Mongo Aurelio para movilizarse. Incluso los más kirchneristas, ayer cruzaban mensajes entre sí evaluando la situación... como si la situación ameritara demasiados análisis.
Probablemente, parte del problema sea que el kirchnerismo ha sido una construcción diseñada de arriba hacia abajo y entonces muchos cuadros intermedios se han curtido en la comodidad de desplegarse cuando llega la orden. En ese sentido, fuentes gremiales y parlamentarias coincidían hasta anoche, por motivos distintos pero confluyentes, en seguir esperando. Los sindicatos aguardan la batiseñal de La Cámpora y en el Congreso preocupaba que pasara, en parte, lo que terminó ocurriendo: "la situación es muy complicada y si movilizamos puede pasar cualquier cosa", le dijeron a La García durante la tarde de ayer.
De todas maneras, hoy resplandece la hermosura de los hechos, al decir de Rodolfo Walsh. Cristina habla y la sociedad escucha, también sus perseguidores y verdugos.
Y a no confundirse ni desanimarse. El establishment busca el desmoronamiento del fervor kirchnerista bajo la condena a su jefa. Más allá de que se diga que buscan sentenciarla y proscribirla, a los dueños del sistema les conviene más minar su legitimidad, dejarla jugar en las urnas y que pierda por desgaste.
Bajo el latiguillo de la transparencia, AEA y sus voceros promueven el cultivo de políticos insípidos e incoloros para políticas insustanciales que no cuestionen sus privilegios.
La dictadura, por ejemplo, fue transparente. El macrismo fue de celofán. Como cualquiera veía sus crímenes y desfalcos, entre el terror y la costumbre, casi nadie pedía explicaciones.
Ahora, los jerarcas del país sueñan con menemizar a la Vicepresidenta. El objetivo fue, es y será siempre deshonrar a los que luchan. Y la mejor forma de impugnarlos electoralmente es contrarrestar la pelea por la justicia social con la aplicación abusiva del Código Penal.
La pregunta, en última instancia, sería cuánta política se banca un sistema democrático capturado por los grupos económicos, vigilado por la policía judicial, relatado por el mainstream mediático, interpretado por una granja de trolls con bancas en el Congreso y consumido por una sociedad como si fuera la última serie ondemand. Frente a la reducción de la vida a un sembradío de impotencia y hastío, al peronismo no le quedaría otra que la organización de la bronca… en defensa de Cristina, y en defensa propia.