Casi no quedan actores sociales dentro del peronismo y los factores de poder locales que no hayan realizado un guiño a Sergio Massa. Tras el cierre de listas y su entronización como precandidato de Unión por la Patria (UxP). el ministro de Economía se dedicó a cosechar apoyos en todo el espinel de organizaciones, entidades y sellos con capacidad de catapultar o hundir una apuesta electoral.
En ese sentido, Massa va construyendo una nueva hegemonía. En la precariedad actual, intenta sintetizar la última opción de la coalición oficial por sostenerse en el gobierno, negociando cuotas de poder y representación con todes.
Así, se dice que se nestoriza para retener la intención de votos que la vicepresidenta Cristina Kirchner ostenta. El desafío del tigrense radica en que ese capital no termina de transferirse porque la legitimidad no es un cheque sino que se construye. Por eso, su protagonismo en la negociación con el FMI redunda en dividendos de kirchnerización que habrá de probar en lo sucesivo, mientras los más reticentes fruncen el entrecejo y lo observan con desconfianza.
La oposición y la prensa, por su parte, atacan el incipiente ascenso hegemónico de Massa de forma pendular. Los más refinados apuntan a esa kirchnerización como un cuco y agitan los fantasmas de chavismo o populismo por todos lados. Su cálculo es que el kirchnerismo es un estigma irremontable y que la sociedad castigaría en las urnas cualquier boleta que se asimile a esa identidad.
Otros, menos sofisticados, atribuyen a Massa la pusilanimidad de subordinarse a los designios de Cristina. Advierten, entonces, que Massa se albertiza.
Esa especie alimenta fantasías y esquemas comparativos más o menos delirantes con dosis de plausibilidad. Primero, porque el precandidato ministro no es el presidente Alberto Fernández: la vacilación y la ingravidez no son divisas que utilice. Y en segundo lugar, porque la consolidación de Massa como piloto de tormentas remite a Néstor Kirchner y su experiencia de construcción de poder para enfrentar después al duhaldismo, aquel denostado aparato del conurbano bonaerense que le sirvió de trampolín en los comicios de 2003.
Se conjetura al respecto que, así como Massa no es Fernández, el kirchnerismo no es duhaldismo. Y en el frenesí de las especulaciones para evadirse de urgencias volcánicas que el ministro mitiga con parches, se vislumbra una disyuntiva de mediano plazo entre la asimilación del kirchnerismo bajo una nueva configuración del peronismo con el actual precandidato a la cabeza o una eventual compulsa entre lo que sea que termine representando Massa y lo que sea que conserve el kirchnerismo como energía social y activo militante.
Aunque ese horizonte parezca una forma de evadirse de un presente abismal o la triste costumbre de almorzarse el desayuno, la ecuación reverbera en todos los campamentos. En definitiva, el entendimiento en ciernes con el FMI y las medidas que retocan el tipo de cambio para la liquidación del agro y las importaciones abren una ventana de tiempo que irá definiendo la consolidación.