Los poderosos pueden perder dinero pero no quieren perder poder. Ese axioma podría reunir a Mauricio Macri, Héctor Magnetto, Paolo Rocca y Donald Trump, más allá de inquinas y desconfianzas mutuas
El comienzo de esta semana constituye un nuevo capítulo de sonrisas falsas y dientes apretados en Juntos por el Cambio. Después de una jornada electoral en dos provincias del norte patagónico, Neuquén y Río Negro, Javier Milei encendió la chispa que faltaba al decir que iría a una interna con Patricia Bullrich. Eso bastó para que Elisa Carrió acusara a Macri de querer irse de JxC para quedarse con el libertario y para que el libertario le dijera de todo a la ex diputada después.
Al mismo tiempo, y como telón de fondo, María Eugenia Vidal propuso deponer todas las candidaturas del PRO en generoso holocausto para empezar a negociar de cero. Nadie le respondió a esa propuesta de sacrificio, o suicidio, colectivo.
Desde el entorno de la ex gobernadora admiten que su idea parece el esbozo desde la debilidad. De hecho, ella misma había anunciado que estaría dispuesta a bajar sus aspiraciones y, mientras se desarrollaban los comicios en el sur el domingo pasado, se rumoreaba que si la interna amarilla seguía encandilando con su fulgor ella podría ser una buena candidata de unidad para la Ciudad de Buenos Aires.
Hasta anoche, nadie se bajaba ni sacaba los pies del plato en la coalición opositora pero, en todo caso, quedaba claro que Macri declinó su candidatura pero no se retiró, Milei puede romper todo lo que toca y Horacio Rodríguez Larreta mastica rabia y balbucea estoicismo. O sea, aguanta la tormenta como si la cosa fuera a escampar.
Bulrrich rechazó a Milei
La turbulencia de JxC da respiro al oficialismo, que sigue encargando a Sergio Massa la conducción del tren fantasma en un ajuste sin fin y no encuentra el freno. El ministro de Economía busca dólares como agua en el desierto, para llegar a las primarias sin devaluar a lo pavo como quiere el establishment.
En ese contexto, la magra novedad es la convocatoria oficial al Consejo Nacional del PJ, donde 75 miembros delinearán una forma de tramitar el trance interno hacia las elecciones y elevarán sugerencias al Congreso partidario, compuesto por más de 300 congresales y presidido por el gobernador formoseño, Gildo Insfrán. Lo más sustancioso que puede decirse lo esgrimió el viernes pasado el jefe de Gabinete, Agustín Rossi, quien con una templanza digna de los momentos más álgidos del 2008 pero con menos potencia política está mentando la necesidad de un código de convivencia para saldar las diferencias o dirimirlas en primarias. Un parche amoroso en una trifulca muy poco decorosa.
En el medio o tal vez en primer plano, según decida quien escucha, resplandecen los escrutinios de Río Negro y Neuquén, como muestras de lo que el kirchnerismo persigue y puede conseguir. Por un lado, el triunfo de Alberto Weretilneck está cimentado en el apoyo de radicales, peronistas y hasta dirigentes de La Cámpora, como el propio senador Martín Doñate. El propio gobernador electo, resbaloso o astuto -elija usted la caracterización que prefiera-, ha oscilado pendularmente entre el kirchnerismo y el macrismo mientras le tocó conducir los destinos de su provincia. Del bamboleo ideológico de su gestión se desprende que el kirchnerismo apuesta a ganador, que no rifa su suerte y que puede labrar acuerdos electorales con exponentes sin pureza política.
El caso de Rolando Figueroa en el distrito de Vaca Muerta es parecido. Cosechó las adhesiones de Macri, Massa, el Movimiento Evita y más también. La candidatura de Ramón Rioseco como expresión del kirchnerismo despista porque denotaría la preservación de una identidad que no admite diluirse en una experiencia encarnada por alguien que sale del riñón del MPN y juega de candidato del rejunte... o aglutinador de una mayoría circunstancial.
Sin embargo, fuentes neuquinas le confesaron a La García que el kirchnerismo habría ofrecido una fórmula de unidad a Figueroa con Rioseco como compañero de fórmula suyo en el segundo renglón de la boleta. Es decir, Figueroa gobernador y Rioseco vicegobernador. El ex MPN no habría aceptado.
La pregunta que quedará flotando es cuánto debe el triunfo de Figueroa a su distancia con el kirchnerismo. ¿Habría ganado Figueroa si Rioseco lo acompañaba en la fórmula? ¿Lo habrían apoyado el Pro y el Movimiento Evita si Figueroa se aliaba al candidato kirchnerista? ¿Cuánto cala en algunos sectores sociales la propaganda nazi respecto de que el kirchnerismo es mancha venenosa?
Una cosa es evidente hasta el momento: nadie juega para perder. Cristina Kirchner, tampoco.