La producción resiste, a pesar de todas las dificultades de un año complejo por el efecto de la sequía y el arrastre de cinco años en crisis macro-financiera. La inflación superando los tres dígitos alimenta todo tipo de inconsistencias y distorsiones que impiden el buen funcionamiento de los mercados. Aún así, cierto fenómeno de “repudio a los pesos” le pone un piso alto al consumo y la inversión interna, a pesar de las rigideces de oferta. Con todo, la etapa final de esta gestión muestra a un gobierno tratando de administrar los excesos de demanda de divisas mientras flota en un océano de restricciones.
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Los datos concretos marcan un crecimiento módico en el primer trimestre del año, que acumuló una variación positiva del 1,5%. Para dar cuenta de este desempeño se destaca la producción industrial con un avance del 4% en los primeros cuatro meses. Así, la actividad manufacturera en abril tocó niveles máximos en 65 meses (desde noviembre 2017), con un aceptable porcentaje de utilización de la capacidad instalada (67,5% en marzo). En la misma línea, acompaña el rubro de la construcción con tres de los últimos cuatro meses para arriba (+3,4% mensual en abril). En contraste, el sector primario verifica números espantosos. La producción de granos registra caídas en casi la totalidad de cultivos, destacándose una merma del 43,1% para el trigo entre la campaña 2021/22 y la 2022/23. En orden de magnitud siguen las magras cosechas de soja (-41,9%), sorgo (-30,.6%) y maíz (-30,5%). El sector primario (excluida la pesca) tiene un peso reducido de incidencia en el PBI, explicando una décima parte del total. No obstante, su retracción genera efectos indirectos de segunda ronda sobre otras actividades.
Algunos rubros productivos hoy están desvinculados de las fluctuaciones del ciclo económico. El mejor ejemplo es el sector hidrocarburífero, que no deja de romper récords de actividad, exportaciones y empleos. En el primer cuatrimestre del año la producción de gas superó los 15.400 millones de m3 con una suba del 1,2% interanual y tocando máximos desde 2019. En igual período la extracción de petróleo crudo fue cercana a los 12 millones de m3, con un alza del 11,1% interanual y alcanzando el mayor nivel desde 2008. Otro rubro que muestra una dinámica relativamente autónoma es el automotriz. Con empresas de primer orden global de tradición histórica en Argentina, el eslabonamiento con la economía brasilera permite generar las escalas y complementariedad necesarias para poder competir en la región. Así, la producción de vehículos promedia un crecimiento de las unidades del 26,6% y presentó el parcial para los primeros cinco meses más elevado desde el año 2013. También marcan un buen desempeño la siderurgia, la industria mueblera, la metalmecánica vinculada a la construcción y algunas economías regionales del oeste del país que estuvieron menos afectadas por la seca.
Una teoría novedosa que tomó volumen en los últimos meses trata sobre una cierta “prosperidad barrani”, vinculada a la economía informal y que tracciona el crecimiento económico. Según esta estrafalaria narrativa, la proliferación de actividades no registradas es endógena al régimen de alta inflación, además de ser causada por la excesiva carga tributaria y regulatoria por parte del Estado. Lejos de asignarle al proceso una carga valorativa negativa, los cultores de estas ideas son optimistas sobre la evolución de la macro a corto y largo plazo. Además, critican la estadística pública por su incapacidad de capturar todas las operaciones que ocurren por fuera del radar de la agencia impositiva. Así, se basan en una supuesta observación vivencial sobre la alta demanda en restaurantes, actividades culturales (teatros, cines, shows musicales), eventos deportivos y otros. El consumo masivo en segmentos de servicios “no esenciales” sería evidencia suficiente para descartar una hipótesis de crisis severa, y el pesimismo exacerbado estaría guiado principalmente por motivaciones políticas.
Es un hecho que los grandes centros urbanos no presentan un fenómeno de depresión semejante al de otros contextos históricos, a pesar de todos los problemas de la macroeconomía. Aún así parece difícil generalizar conclusiones sobre el estado del bienestar económico de la población solo a partir de la percepción del consumo de colectivos específicos. Al respecto, proponemos hablar de una “Argentina partida”, donde el sistema de alta inflación impacta de forma muy asimétrica sobre los distintos bloques de la distribución del ingreso. En este sentido, se podrían distinguir tres grupos, a grosso.
- Segmentos altos no asalariados. Ya sea gracias a mantener stocks de ahorro suficientes como por su alta capacidad de cobertura ante la aceleración de precios, preservan su capacidad de compra.
- Segmentos medios asalariados en formalidad, con cobertura de paritarias. En este caso puede existir cierta erosión del poder adquisitivo, pero es relativamente acotada y afecta poco las decisiones de consumo.
- Segmentos medios informales, desocupados y grupos en vulnerabilidad. El proceso de alta inflación erosiona fuertemente los ingresos que no ajustan a igual velocidad. En general acceden a canales de consumo en los que no rigen los programas de control de precios.
En el plano prospectivo, conforme el 2023 se asentaba, las previsiones de crecimiento se caían como un piano. Aún hoy siguen las proyecciones siguen siendo aciagas, con números de algunas consultoras que llegan a superar el 4%. A la luz de los números previamente analizados, parece precipitado pensar un desplome de semejante magnitud. No solo los números de los primeros cinco meses del año se dan de bruces contra esta posibilidad, sino también la misma “inercia productiva” que arrastra la economía. Ocurre que, a pesar de todos los obstáculos y restricciones para acceder a reservas para traer insumos, la mayor parte de las empresas encuentra alguna salida del laberinto. Ya sea usando dólares propios, comprando en el mercado financiero, obteniendo financiamiento o esperando los tiempos burocráticos, el sector privado tiene incentivos muy fuertes a no frenar la producción dado el vigor de la demanda. Nuevamente, los bienes y servicios como “refugio” ante la erosión inflacionaria permiten sostener los niveles de consumo privado. Además, toda persona jurídica que puede acceder a maquinarias o tecnologías importadas lo hace, anticipando un eventual encarecimiento en el marco de la futura normalización del mercado de cambios.
El Ministerio de Economía hace malabares para resolver el dilema de manta corta que enfrenta. Un mayor margen para contener presiones devaluatorias en el mercado financiero resta espacio para abastecer las importaciones, mientras que más dólares para la producción podrían restar poder de fuego y generar movimientos disruptivos que aceleren la recesión. En tiempo de descuento de un gobierno con escaso poder político no hay soluciones mágicas. La sequía fue la estocada final sobre una gestión cuyo principal activo era la recuperación productiva. Sostener el crecimiento para este año es una misión casi imposible. Una “derrota digna” que acote la caída del PBI a la zona del 0,5% al 2% no parece un mal resultado.