El núcleo del discurso de la vicepresidenta Cristina Kirchner el jueves pasado puede leerse como una reivindicación identitaria. A partir de ahora -o tal vez desde hace un tiempo largo ya-, lo fundamental es precisar qué es el kirchnerismo y qué fue durante estas dos décadas, qué mutaciones o adaptaciones experimentó, a qué se opuso, qué defendió, qué inventó y cómo lo hizo.
En ese sentido, pensar sus conquistas como parte de un programa político contribuye a trazar el horizonte al tiempo que se cultiva la custodia ideológica del proyecto más allá de la composición de las boletas o las alianzas que se definan tácticamente ante la cita con las urnas.
Mucho se dijo acerca de que el kirchnerismo fue una revolución de arriba hacia abajo pero, para ser justos, justas o justes, el kirchnerismo tuvo la audacia de transformar en políticas públicas las demandas sociales y sindicales de corrientes militantes que sobrevivieron a la dictadura y resistieron en los 90'. Eso que ante una mirada desprevenida puede parecer un accidente, una carambola o un mero aprovechamiento para capitalizar votos es, en definitiva, parte de un programa, mal que le pese a la derecha y las corporaciones mediáticas.
Así, podrían enumerarse la restitución de las paritarias tras la recomposición por decreto del salario mínimo durante 2003 y 2004, la transferencia de recursos vía subsidios en las tarifas para que trabajadores y pymes pudieran incrementar su poder de compra y sus arcas respectivamente y la acumulación de reservas a través de las retenciones para sacarse el yugo del FMI. Todo, claro, acompañado de la vocación por construir poder popular a través del saneamiento de las instituciones y la restitución del sentido de la política, luego del sedante cultural del neoliberalismo. Bajo esa divisa hay que comprender el juicio político a la Corte Suprema en 2003 y la lucha por el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad.
O sea que el kirchnerismo no nació de un repollo, sino que fue el encuentro entre las organizaciones populares y el ascenso de un grupo reducido de dirigentes ante el vacío de poder en que se diluía el Partido Justicialista.
De ahí que sea fundamental definir un puñado de medidas o iniciativas en atención a las batallas y necesidades de los sectores postergados.
El CEPA, piloteado por Hernán Letcher y Julia Strada, confeccionó un decálogo que puede servir de puntapié inicial o disparador. Palabras más o menos, propone:
- Renegociación con el FMI.
- Retenciones acorde al desarrollo nacional.
- Reforma tributaria.
- Política monetaria con objetivo en el fortalecimiento del peso argentino, estabilidad financiera, acumulación de reservas.
- Recuperar una equitativa participación del ingreso entre capital y trabajo.
- Orientar el crédito a la producción y que permita fortalecer el perfil productivo del país.
- Soberanía energética.
- Intervención sobre el impacto de la economía bimonetaria y la cadena de valor.
- Rol del Estado en la planificación de las políticas vinculadas al sistema de transporte
- Regulación estatal del mercado inmobiliario.
Frente a estos asuntos, enredarse en discusiones banales de la TV o Twitter sería, como dice Cristina, una boludez.