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¿Todavía hay margen para un Plan de Estabilización?

Superado el desafío de juntar dólares para evitar el abismo, el Gobierno debe evaluar si arriesgarse a un plan de shock para combatir la inflación, o quedarse en la mediocridad del Plan Llegar. Alternativas y riesgos asociados.

Domingo, 25 de septiembre de 2022 a las 14 55

Por Sergio Chouza

Economista y docente UBA/UNdAv

Domingo, 25 de septiembre de 2022 a las 14:55

Finaliza el esquema Dólar Soja con liquidaciones que van a orillar los U$S 8.000 millones. Fue un programa exitoso, que cumplió con creces el objetivo y por eso no debe ser renovado. También es un reaseguro para no quemar el comodín y poder usarlo ante otra contingencia, como la próxima campaña gruesa previa al invierno 2023. En el medio, se viene un impasse para la acumulación de reservas. Septiembre dejará un colchón no menor que nos pone cerca de cumplir el objetivo de acumulación de reservas, en el marco del acuerdo con el FMI. Si Massa termina de destrabar multilaterales, la meta se alcanza.

En el último trimestre del año va a primar la escasez en la oferta de dólares. En contraste, la demanda presionará fuerte por tres canales:

  • Las necesidades del sector privado productivo de recomponer stocks de insumos y bienes finales, después de meses de restricciones muy rígidas en el acceso al MULC.
  • El inicio del cash flow de vencimientos de la comunicación A7532 del BCRA que exigía a las empresas financiamiento de importaciones por 180 días. En los próximos meses esa deuda comercial se va a empezar a pagar.
  • Las mayores exigencias del rubro servicios en el último bimestre del año, con principal foco en el turismo incrementado por el ‘efecto Qatar’. Se estima una aplicación de U$S 500 millones extra, solo por viajes y pagos con tarjeta en el contexto del Mundial.

Este último punto es uno de los disparadores que motivan en la opinión pública el debate de eventuales reformas. Surgen actores de peso, como la poderosa UIA, reclamando preferencia para insumos industriales en detrimento de dólares para ocio futbolístico. Esto da plafón para que el Ministro Massa y su equipo de segundas líneas de sesgo ortodoxo evalúen alternativas de reformas de fondo que apunten a acelerar la normalización de la macro. Al respecto, vuelven al tapete alternativas para implementar un ‘Plan de Estabilización’ de la economía argentina.

Un ‘Plan de Estabilización’ estaría caracterizado por un conjunto de políticas de shock que sinceren variables y destraben el funcionamiento de algunos mercados clave, con el propósito de remover distorsiones en el funcionamiento del sistema económico y así mejorar los incentivos, saliendo de un alineamiento perverso. Requeriría tomar decisiones difíciles, y dejar de emparchar con el único propósito del actual ‘Plan Llegar’. Claro que, además de audacia, sería indispensable un buen diseño. El diablo está en los detalles, y si se dejan aspectos librados al azar se maximizan los riesgos. Un Plan de Estabilización siempre tiene riesgos asociados, y esto induce a la política en la tentación de la procrastinación. Por último, la credibilidad y la coordinación serían fundamentales. El Gobierno acá tiene un punto débil porque ya empieza a transitar tiempo de descuento, lo cual atenta contra la capacidad de impulsar cambios más estructurales.

Un Plan de Estabilización de Shock apuntaría, en primer lugar, a romper de manera decidida la brutal persistencia inflacionaria fruto de la profunda indexación de contratos. Para eso el gradualismo no funciona. Ya lo probó Macri y lo probó este Gobierno. El gradualismo es siempre permeable a novedades exógenas disruptivas (tanto las internas como las externas), que desandan el camino transitado y vuelven a fijar una referencia más alta. La evolución de la inflación en la última década es aciaga: el piso inercial nunca paró de crecer. Para un programa de shock en materia inflacionaria serían indispensable tres componentes de mínima.

  • Adecuar los precios relativos que quedaron distorsionados, tras tres años de regulaciones y parches sobre parches. De manera crítica se presentan tres conjuntos de precios sobre los cuales costaría acordar la posición de equilibrio: los precios de los alimentos, el precio del dólar oficial y el precio del trabajo (el salario).
  • Después del hito macroeconómico llegaría la fase de acuerdos políticos sectoriales. Sería ineluctable un congelamiento de precios y salarios por un período de tiempo prudente, por ejemplo hasta fin de año. Esto que suena ilusorio parados hoy, tendría factibilidad solo si se recomponen mínimamente los precios relativos rotos. Por eso el punto anterior es una precondición. Pero si no se avanza en un acuerdo con el sector empresario y los representantes de los trabajadores, no alcanzaría. La persistencia inflacionaria no se puede romper solo con políticas macro impulsadas desde la convicción de un Gobierno, si no se involucra directamente al sector privado.
  • El tercer punto, pero no menos importante, es la modificación del funcionamiento del mercado de cambios. El disparador de Qatar puede motivar un cambio de fondo que lo destrabe, y reduzca la transmisión de sus inconsistencias al resto del sistema de precios. Este ítem también es esencial y excluyente. Sin resolver el esquema actual de cepo estricto con multiplicidad de segmentos de dólar de facto, un Gobierno no lograría generar el impulso de credibilidad necesaria como para romper la pasmosa inercia inflacionaria.

Sobre este último factor conviene hacer doble click. Hoy las alternativas que se barajan son diversas, con un trade off evidente entre la eficiencia económica del mecanismo y la viabilidad política. Cuanto más profunda y técnicamente apropiada la forma de instrumentar el desarme del cepo, más complejo es implementarlo en un contexto de evidente debilidad política y con el reloj de arena corriendo. En cualquier caso, lo más sensato sigue pareciendo un esquema de desdoblamiento formal, como tránsito provisorio hacia una futura unificación integral del tipo de cambio. El diseño de un desdoblamiento daría lugar a debates. Por lo pronto algunas premisas sobre su funcionamiento parecen tener alto grado de consenso.

  • El segmento financiero debería funcionar de forma libre, sin intervenciones oficiales distorsivas. El precio debería ser el que surja libremente de la demanda y la oferta, que posiblemente se incremente respecto a los (bajos) niveles actuales. Para esto, el Gobierno debería superar el ‘miedo a flotar’.
  • El mercado oficial quedaría encapsulado para operaciones de comercio exterior de bienes. Los contornos son difusos: ¿algo de exportaciones podrían liquidarse en el mercado financiero?, ¿algo de servicios en el mercado oficial?
  • La deuda de las empresas (comercial y financiera) es demasiado pesada como para canalizarla en el segmento oficial. Conviene pagar el eventual daño patrimonial sobre las hojas de balance de las firmas, antes que convalidar un subsidio cambiario.

¿El Gobierno se animará a hacer algo de todo esto o seguirá apostando al Plan Llegar? Está claro que ningún cambio de fondo en el funcionamiento de la macro sería un lecho de rosas, pero manteniendo el status quo de esta mediocridad económica, a lo máximo que podría aspirar Massa es evitar una espiralización inflacionaria. Es concreto, eso implicaría llegar a mitad del año 2023 con una inflación mensual en la zona del 5%, en el mejor de los mundos. El correlato evidente es el hastío generalizado de la población por la erosión nominal de los ingresos fijos y una derrota (digna, pero categórica) en las elecciones. Cuesta pensar que el peronismo se resigne a este escenario. Pero el momento para dar el salto al vacío de un programa de shock es ahora. El Gobierno perdió casi tres años en meditaciones y dilaciones. Ya no queda más tiempo…

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