No es solo comercio. Argentina tiene un problema severo en sus cuentas externas, que genera una presión creciente sobre la moneda. Es un desbalance histórico que se potencia en momentos de crecimiento y se muestra cada vez menos sensible al efecto precio. Con el paso de los años y la proliferación de consumos digitales, los países de desarrollo incompleto fueron aumentando su grado de dependencia financiera y se verificó una profundización de la primarización de las exportaciones. Argentina no está exenta y producto de su matriz productiva desequilibrada padece en mayor medida.
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La fuente más genuina de ingreso de dólares este año sigue muy afectada por el efecto sequía que restará entre U$S 15.000 millones y U$S 20.000 millones de ventas externas de productos primarios. Es así que en lo que va del año las exportaciones ya caen 17,9%, número muy desacoplado del 4,4% de merma en las importaciones por el menor impulso de la actividad productiva y la férrea administración del comercio. En adición a la magra cosecha se dio un impacto por la doble vía, ya que el precio de nuestras exportaciones también está cayendo y se deterioran los términos de intercambio. De hecho, a los precios del año pasado las ventas al exterior del primer trimestre hubieran sido un 3,2% más elevadas. Evaluando el escenario más optimista para las liquidaciones de granos en el marco del esquema Dólar Agro y manteniendo la asignación restrictiva de reservas para importaciones, es difícil proyectar un superávit comercial para este año muy superior a los U$S 3.500 millones. Con esa caja se deberán cubrir las diferentes erogaciones.
El año pasado volvió a encender las luces de alarma sobre la dinámica cambiaria. Por primera vez en tres años se registró un saldo negativo de la cuenta corriente, por la friolera de U$S 3.788 millones. Fueron tres de los cuatro trimestres con números en rojo, con excepción del último cuarto del año cuando surtió efecto la aplicación del Dólar Soja. Por la manera en que se estructuró el nuevo programa con el FMI, en 2022 los ingresos del organismo cubrieron los pagos netos del año anterior y más que compensaron el déficit externo. No obstante, esa partida se revierte desde ahora hasta 2033 y la cuenta corriente debería empezar a reflejar un superávit consistente para poder afrontar los pagos de deuda. Si este objetivo no se cumple por las buenas de manera virtuosa, más temprano que tarde redundará en presiones devaluatorias que decanten en mayor abaratamiento relativo de la economía. La deuda es un factor insoslayable porque resta margen de acción, pero no es el único componente que pone en riesgo la sustentabilidad del sector externo.
Otro bloque relevante por su peso específico y su evolución reciente es el turismo. En este conjunto de partidas la estadística pública agrupa viajes al exterior, pero también consumos con tarjeta de crédito por servicios que no necesariamente se realizan fronteras afuera. Así, el flujo de viajeros al exterior creció 175% en el primer trimestre de este año en comparación a 2022. Por su parte, el saldo neto negativo entre turismo emisivo y receptivo escaló por encima del millón de personas entre enero y marzo, con un aumento del 84% interanual. Los números exorbitantes marcan la recomposición de la movilidad internacional tras la pandemia, pero también denotan la inflexibilidad que presentan las salidas al exterior al efecto precio o ingreso. En términos monetarios la “cuenta viajes” del balance cambiario consolidó un déficit de U$S 1.425 millones en el trimestre. Las erogaciones netas por pagos con tarjeta ascendieron a U$S 1.381 millones, a pesar de la implementación del “Dólar Tarjeta” que incentiva al turismo receptivo a liquidar sus operaciones en el mercado formal.
En la serie histórica el gasto de dólares por viajes y tarjetas ya volvió a niveles compatibles con 2019, a pesar de los múltiples cepos que intentan desincentivar los consumos de servicios y de un precio más alto por los impuestos que encarecen el tipo de cambio. ¿Puede nuestro país sostener un patrón de consumos en el exterior de esta magnitud? Algunos apuntes al respecto:
- Dadas las preferencias de los argentinos, revertir el rojo de esa cuenta implica inversiones cuantiosas en infraestructura turística y potenciar la marca Argentina para promover el ingreso de viajeros. Son políticas que pueden dar resultado muy a largo plazo.
- El régimen cambiario de estos años buscó desincentivar los consumos externos, pero de forma muy imperfecta. El anticipo de impuestos que se paga puede ser recuperado (licuado parcialmente) y el segmento de pagos con tarjeta (no viajes) aún mantiene un monto mensual de preferencia cambiaria.
- Como hipótesis se podría discutir si un tipo de cambio de superávit comercial consistente es compatible con el de cierre de la balanza de pagos. Dicho de otra forma, si no se necesitaría un dólar tanto más alto (y estable) para que el déficit de servicios y otros no neutralice el superávit comercial.
Las aplicaciones de dólares por rentas también absorben niveles crecientes de liquidez en moneda extranjera. Por caso, los pagos al capital por inversiones directas aumentaron 15% anual en 2022, mientras que la remuneración a las inversiones de cartera se incrementaron un 11%. La única cuenta que se mostró a la baja fue la de “otras inversiones”, dados los efectos de la renegociación de la deuda soberana y la nueva composición de los títulos públicos. En cualquier caso, la agudización del cepo desde 2020 aún mantiene relativamente aplacadas estas partidas en relación a la etapa de desregulación previa. Nuevamente surge la inquietud sobre cuánto se podría sostener un esquema sin regulación de capitales en un país de alta extranjerización como el nuestro. Entre 2016 y 2019 este equilibrio se pudo contener a partir del ingreso de capitales financieros y flujos de deuda, que mantuvieron ficticiamente apreciada la moneda sin generar tensiones con el resto de aplicaciones de dólares crecientes. En un momento la confianza se consumió y los capitales volaron.
Poco tiempo le queda a esta administración para ordenar alguno de estos aspectos, cuando la parte final de esta gestión se centra en el control de daño frente a la crisis. Fuera de las urgencias de corto plazo, parece indispensable debatir cuántos problemas se resuelven solo mejorando el funcionamiento de la macro y cuántos responden a una distorsión de nuestra autopercepción económica. Tal vez somos un país menos suficiente que lo pretendido, y por un buen tiempo no queda más alternativa que adecuar nuestros consumos externos a parámetros compatibles con países empobrecidos de nuestras características…