Los especialistas diseccionarán en piezas los bloques de la discusión, medirán chicanas y supondrán repercusiones en un electorado insondable pero la cosa seguirá más o menos igual.
Porque, como ya se dijo acá, en Argentina un debate presidencial no cambia demasiado la intención de voto, salvo que aparezca un cisne negro o, dicho en criollo, "un cajón de Herminio".
En ese sentido, Sergio Massa era el postulante que más tenía para perder anoche. Por ser el candidato del oficialismo, por ser el ministro de Economía de un país con una inflación lacerante y por ser la cara más visible de una fuerza política azotada -mayormente por errores propios- por los que quieren vender la República en paquetitos. Aun así, el tigrense volvió a mostrar su profesionalismo y logró atravesar el desafío sin que le abollaran el auto, como se diría en el barrio.
Patricia Bullrich, mal que le pese, mantuvo su tosquedad. Es rústica para expresarse y su torpeza oral es difícil de disimular. En su confrontación contra Javier Milei, a quien llegó a imputarle autoritarismo dictatorial, se desdibujó y en sus ataques a Massa se fue en excesos de tribuna y perdió la chance de seducir a quienes podían haberse irritado por el affaire Insaurralde.
Milei, por su parte, siguió siendo Milei. Irremediablemente irascible por momentos, tanto que también se le traba la lengua por la catarata de resentimiento con que esculpe sus palabras, expuso su programa de estrago neoliberal e hizo su negocio.
Juan Schiaretti y Myriam Bregman, por lo demás, fueron alimento para los memes y las burlas en redes sociales. Entre el folclorismo del cordobés y el clamor estudiantil de la dirigenta trotskista, que sorprendentemente leyó fragmentos de sus intervenciones repitiendo críticas que había desmontado Massa con propuestas concretas, ambos se encargaron de quedar como actores testimoniales.
Así las cosas, Massa tendrá que seguir trabajando durante estas dos semanas de candidato para apuntalar su performance en los territorios donde la campaña mediática puede hacerle mella con las denuncias por corrupción en tópicos como el de Insaurralde pero también tendrá que lidiar, indefectiblemente, con la corrida cambiaria y la tensión inflacionaria. Que el oficialismo aún esté competitito y con chances de entrar al ballotage es, precisamente, arte de la política antes que de la técnica y el marketing.
Por eso, lo de ayer no debe confundir a nadie. Massa salió airoso otra vez. Milei volvió a mostrar sus dientes. Y Bullrich se endureció pero su rusticidad en el atril tal vez funcione como una confirmación de la dispersión de los que sufragaron en las PASO por Juntos por el Cambio.
Los últimos sondeos de las consultoras que no contratan ella y su equipo de campaña la ubican tercera, lejos de cualquier chance de acceder a una segunda vuelta. Hay una coincidencia generalizada en que La Libertad Avanza y Unión por la Patria dirimirán en noviembre esta agónica compulsa electoral.
Sin embargo, las proyecciones deberán confirmarse cuando se abran las urnas. Y así como nadie muere en la víspera, los votos se cuentan de a uno y se escrutan a partir del 22 de octubre.
Aunque pataleen los tecnócratas, la política es mucho más que lo que cabe en un set televisivo. Y los argentinos saben aleccionar a los que se comen esa curva con acontecimientos inesperados. Los milagros y las tragedias también pueden ocurrir en un cuarto oscuro.
*Por Cynthia García y Pablo Di Pierri