El debate económico de la semana giró en torno al término “estanflación”, que mencionó el Presidente electo alertando sobre los problemas que persistirán en 2024. Si bien no hay una definición única de este fenómeno, se vincula con períodos de retracción en la actividad económica que conviven con un entorno de inflación alta. Mirando hacia atrás, la patología parece más la norma que la excepción en la economía argentina. Pero mirando hacia delante, el panorama es aún más preocupante. No se ve con claridad que la estanflación del año próximo se resuelva rápidamente y se evite ingresar en un régimen aún más severo.
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Argentina sufre las consecuencias de la inflación alta y persistente hace por lo menos una década. Se destaca la profunda inercia del proceso, instituciones económicas con actualizaciones nominales cada vez más frecuentes y una elevada volatilidad en el poder adquisitivo de los sectores con ingresos fijos. Claro que un esquema de inflación alta del 30% poco tiene que ver con el estadio actual, cercano al 200%. El incesante espiral ascendente fue la norma estos años. Se explica por la falta absoluta de credibilidad sobre las posibilidades de ordenamiento macro. En los momentos en que se intentó emprender un recorrido fiscal, monetario y cambiario más prudente, las urgencias políticas rompieron el programa a la mitad o se sufrió el impacto de fenómenos exógenos imponderables. A las puertas de un episodio híper inflacionario, la cuestión de los precios está en el tope de las preocupaciones ciudadanas. La estrategia técnica que elija el nuevo Presidente es casi un dato irrelevante para la mayor parte de la población. Lo relevante es que rápidamente avance en su resolución.
Para bajar la inflación hace falta un plan integral que sea internalizado por el sector privado y lleve a una porción importante de los actores económicos a tomar las decisiones usándolo como una hoja de ruta confiable. Esto implica, por ende, superar la falla de coordinación entre el gobierno y los agentes. ¿Qué ofrece el nuevo Presidente Milei para revertir la dinámica aciaga de los años previos? Para empezar, abreva ideológicamente en un enfoque pro mercado pleno, con un abordaje ultra ortodoxo a la hora de describir la raigambre monetaria del problema inflacionario. También sumó como líder del equipo económico a Luis Caputo, que le aporta conexiones reales con financistas internacionales y la posibilidad de diseñar un programa (¿para dolarizar?) que mantenga el equilibrio entre lo ideal y lo viable. Faltan precisiones al respecto, pero sin dudas los primeros meses mostrarán un gabinete “haciendo el trabajo sucio” para anclar mínimamente las expectativas y poner en caja el riesgo de hiperinflación. En esa primera parte de 2024 posiblemente se defina buena parte de las chances de éxito del gobierno de Milei.
La estanflación que postula Milei presume un sostenimiento o leve agudización de los problemas registrados este año. En 2023 se rompió la continuidad de dos períodos consecutivos con variación positiva del PBI y la economía volvió a caer. La retracción (que será del orden del 2%) se explicará casi exclusivamente por el desplome del agro, fruto de la sequía. Si se neteara la incidencia del sector primario, el PBI 2023 crecería entre 1% y 1,5%. Es por esto que la recesión macro hoy parece un fenómeno asintomático. No afectó la creación de empleo que siguió creciendo firme en todos los segmentos, sacando del mapa a la desocupación como un problema. De hecho, hasta el momento en que la aceleración inflacionaria rompió cierto umbral de tolerancia, la demanda interna tiraba fuerte y se veían altos niveles de consumo por parte de quienes “huían del peso” y se refugiaban en bienes y servicios. El contraste con 2024 puede ser significativo. En la historia económica argentina siempre se verificó que los empresarios suelen reconsiderar su estructura de costos en contextos de debilidad en las ventas, menor rotación de productos y bajo uso de la capacidad instalada.
El pronóstico de Milei sobre la “estanflación” venidera se puede quedar corto. La economía en 2024 podría ingresar en un ciclo de súper depreflación. Esta patología implicaría:
- Una depresión económica con mayor magnitud, capilaridad y duración que una mera recesión en la actividad. Esto podría hacer caer la inversión privada y achicar el volumen de importaciones por el menor nivel de demanda interna. En este escenario, el PBI registraría un desplome y la recuperación de años posteriores se daría a menor velocidad.
- Una profundización dramática del régimen de alta inflación, que podría verificar un nuevo salto discreto, en adición a un acortamiento de la duración de los contratos. Si la recomposición de precios relativos se vuelve un proceso de sucesivas rondas, nada garantiza que la economía no vaya directo a una hiperinflación.
- Destrucción de empleo privado, principalmente en sectores vinculados con la producción industrial y el comercio de bienes y servicios finales. Si las perspectivas no son de un “rebote en V”, es probable que los empresarios ajusten su planta de personal y achiquen sus costos fijos en función al nuevo marco de menores operaciones.
De los primeros lineamientos del gobierno de Milei trasunta que la recesión sería un fenómeno inducido. Dicho de otra forma, un menor PBI per cápita sería un resultado buscado para enfriar una economía en desequilibrio entre oferta y demanda. No un daño colateral, sino el centro del programa anti inflacionario. El riesgo, claro está, es que la economía entre en la trampa contractiva que implica el esquema de súper depreflación. Nada garantiza que la “paz de los cementerios” aplaque la efervescencia de precios si las señales de la macro no son consistentes. En ese sentido, las necesidades de ajuste fiscal compatibles con un contexto de menor producción, reducción de la base imponible y sin impulso del sector público se vuelven mayores. ¿Cuántos puntos extra del PBI se deberá recortar el gasto ante cada punto de retroceso de la recaudación como resultado de una economía más chica? La respuesta no es lineal y depende del comportamiento de variables difíciles de predecir, pero sin dudas una caída excesiva de la actividad puede hacer crujir el objetivo de convergencia fiscal 2024.
Una última arista relevante son los posibles efectos sociales de una crisis tan profunda. De entrar la economía en el escenario de súper depreflación, la salida será lenta y llena de obstáculos. Las consecuencias sobre la calidad de vida de la población serán aciagas, principalmente en materia de empleo, que es uno de los pocos problemas que hoy no tenemos. Muchas de las teorías que ahora podemos esbozar son meras elucubraciones con determinada probabilidad. En todo caso el Presidente Milei deberá mostrar pericia para recalibrar su programa si la escala de la contracción 2023 es más grande y difícil de conducir que lo esperado.