El Ministro Massa sigue rascando el fondo de la olla para suplir la escasez de los dólares que alimentan las importaciones y la falta de pesos que alimentan el presupuesto de gasto. El nuevo Dólar Agro apunta a acelerar la comercialización de la menguada cosecha gruesa, tanto como liquidar los remanentes en acopio de la campaña pasada, que se estiman en 7,7 millones de toneladas, equivalentes a un 17,6% del total. En el mejor de los casos la medida va a llenar por unos meses el tubo de oxígeno. En adición a un puente financiero de organismos multilaterales, permitiría llegar a las elecciones. En el peor de los casos, las ventas resultarán mucho menor a las esperadas y hay riesgo de que se precipiten las variables nominales.
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El daño de esta sequía es difícil de dimensionar en pocas líneas. Las estimaciones de producción por cosecha para esta campaña ya registran caídas del 31,4% (para el trigo), 36% (para la soja) y 50% (para el maíz). La actividad del sector empezó a acusar impacto, con el estimador mensual cayendo cuatro meses consecutivos, y en el último bimestre ya a tasas de dos dígitos. La liquidación de dólares del complejo cerealero oleaginoso viene muy afectada por este escenario, con una caída monumental que ya escala al 67% en relación al año pasado y al 53% en comparación con el promedio de la última década. A pesar de la cuota importante que explica nuestro país en el mercado internacional, el recorte de la producción local no determinó un aumento proporcional en los precios, dado el contraste con los buenos números de la cosecha en Brasil. Tal es así que el índice de precios de materias primas agrarias del Banco Central mostró en marzo un precio promedio 13,4% inferior al año pasado. Para nuestro país el golpe se expresa por la doble vía: precios y cantidades.
Un punto relevante es el efecto monetario del nuevo Dólar Agro. Con un diferencial esperado de $80 promedio por dólar respecto al tipo de cambio oficial mayorista actual, se estima una emisión extra por alrededor de $625 mil millones, o casi medio punto del PBI. Esos pesos en la calle pueden volverse un factor de presión sobre las cotizaciones alternativas de dólar. Aunque se limite la compra de MEP y CCL a las personas jurídicas alcanzadas, pueden canalizar su voluntad de dolarización por medio del Blue. La tasa de interés alta y la existencia de trajes a medida en pesos para seguir la evolución del tipo de cambio (Plazo Fijo Chacarero) no parecen suficientes para inclinar la decisión de inversión a corto plazo. Con las elecciones a la vuelta de la esquina y un ruido político cada vez más fuerte, es esperable que predomine el acto reflejo de dolarizar excedentes por cualquier medio que resulte disponible. El Gobierno se anticipó con el decreto de canje/venta de bonos de organismos púbicos para dotarse de mayor poder de fuego y poder hacer frente a movimientos disruptivos que provoquen una inestabilidad intolerable.
El Estado de las reservas internacionales es crítico. El primer trimestre del 2023 presentó un goteo incesante de ventas por parte del Banco Central, que se pone de frente contra todo un mercado que puja por acceder al tipo de cambio oficial. En lo que va de año las reservas netas cayeron en más de U$S 5.200 millones y están muy desacopladas del parámetro inicialmente acordado con el FMI, que implicaba sumar U$S 500 millones hasta marzo. La modificación del target confirmada esta semana reduce las exigencias para este año en U$S 2.400 millones. A pesar del alivio, sigue siendo un desafío mayúsculo. Con la llegada de Massa al Ministerio de Economía la brecha cambiaria descomprimió desde los niveles máximos de fines de 2020 y mitad del año pasado, pero aún se mantiene alta por la zona del 80%. Esto genera múltiples distorsiones, en especial sobre el comercio exterior. Predominan los incentivos a retrasar exportaciones y adelantar las compras externas. Al fin y al cabo una brecha tan elevada hace las veces de subsidio a los importadores.
El Dólar Agro también tendrá implicancias sobre el financiamiento público. Para cubrir el gasto Presupuestario del 2023 se estima que resta captar alrededor de $3 billones de pesos en el mercado de capitales local. Este número está en línea con la hipótesis de déficit en 1,9% del PBI, que no fue recalibrada hasta el momento a pesar del impacto de la sequía sobre la recaudación. Al verse disminuidos los ingresos tributarios vinculados al comercio exterior, va a aumentar la necesidad de recorte del gasto y absorción de esta liquidez doméstica excedente. Claro que la predisposición del sector privado a fondear una porción creciente del déficit público se vuelve más rígida en este contexto. En parte por las dudas sobre el devenir macroeconómico y el grado de cobertura que pueden dar activos a tasa fija o solo ajustables por inflación frente a una devaluación. Pero principalmente por el riesgo de crédito de los títulos públicos en pesos, toda vez que la oposición política no termina de clarificar si va a honrar esas deudas en caso de imponerse en las elecciones.
Las críticas a los esquemas de preferencias cambiarias implementados previamente son generalizables a esta nueva etapa, que va a incluir otros productos de las economías regionales de menor escala exportadora. Los señalamientos se pueden sintetizar en:
- La eventual incidencia inflacionaria de la medida, por la expansión monetaria subyacente. El exceso de oferta puede ser esterilizado, pero igualmente generar efectos en precios por la vía de las expectativas.
- El efecto distributivo, por la transferencia de recursos a sectores exportadores. Si bien “el agro” no es un segmento uniforme monolítico y hay heterogeneidades entre los diferentes actores productivos, nadie podría pensar que este año el sector está registrando beneficios extraordinarios.
- La falta de soluciones estructurales que le den consistencia a los incentivos en el comercio exterior. Ciertamente el Dólar Agro es un parche más para superar la debilidad coyuntural y mejorar las posibilidades de llegar al final del mandato sin una crisis de proporciones.
El escenario para los próximos meses es aciago. El equipo económico recurre a todo acto de pragmatismo para hacer control de daños, pero nada alcanza contra un imponderable que golpeó por la triple vía: exportaciones, actividad y recaudación. Como programa de transición, poder anclar las variables evitando una espiralización sería un buen resultado. Ir por más con imprudencia puede ser contraproducente, con equilibrios que son muy delicados y sin demasiado espacio para recomponer la confianza en este proceso político económico.