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Deuda en pesos: ¿bomba o mal necesario?

La tentación era muy grande y en algún momento iba a pasar: la oposición empezó a tirar del mantel de la deuda en pesos. Massa por ahora en silencio. Sobre enfoques de sostenibilidad, especulaciones políticas y otras yerbas.

Domingo, 12 de febrero de 2023 a las 22 07

Por Sergio Chouza

Economista y docente UBA/UNdAv

Domingo, 12 de febrero de 2023 a las 22:07

El ruido de estos días sobre la dinámica de la deuda tiene más de circo político que de dudas reales en los participantes del debate público. Todos lo saben. Con la campaña electoral ya lanzada, los sectores más radicalizados de la oposición ven resquicios tentadores para hacer tambalear un oficialismo débil. Este tema es especialmente sensible, dado el prontuario que arrastra la administración anterior en la gestión de pasivos. El ‘reperfilamiento’ 2019 tuvo consecuencias financieras aciagas, dañando fuertemente al mercado de FCI y poniendo en stress la cadena de pagos de las empresas.

En lo que va de gestión Fernández la deuda en pesos aumentó en 10 puntos del PBI por todo concepto (Tesoro + BCRA). La mayor suba pasó por la administración central, con poco más de siete puntos. La entidad monetaria rectora aumentó su stock de pasivos remunerados en menos de 3 puntos. En particular, el segmento CER ya explica casi 20% del stock total de financiamiento del Tesoro, duplicándose desde 2019. La aceleración inflacionaria desincentiva a los inversores a comprometerse a comprar deuda a tasa de interés fija. Los mecanismos de indexación pasan a volverse la norma para poder captar fondeo mediano y largo plazo. Así, la deuda en pesos tocó máximos en diecisiete años tras el último salto de 2022. Su crecimiento si vincula al cierre del mercado voluntario de crédito desde el 2018, que nos cerró la cortina tras el proceso de mega endeudamiento. Claro está que el motivo último de la necesidad de financiamiento se encuentra en el déficit público, que se aceleró producto de la pandemia y después se recortó solo parcialmente.

El problema de economía política que afronta el Gobierno tiene que ver con la curva de vencimientos del programa de corto. Ledes, Lecer, Lelites, Lelinks y Duales son el combo starter pack del Tesoro Nacional para financiar su presupuesto sin recurrir en exceso a la emisión de billetes (hoy topeada por el FMI). En los próximos siete meses (hasta las elecciones generales) se pagan $12,9 billones, con casi dos de cada tres pesos en tenencia de acreedores privados. El Ministerio de Economía logró descomprimir los vencimientos del primer trimestre con un canje satisfactorio, que limpió un 67% del total hasta marzo. Aún así, la mayor parte del fondeo tiene caducidad en el próximo semestre. El Ejecutivo parece haber quemado el comodín de entregar papeles más atractivos al mercado, con cláusulas de ajuste a gusto del consumidor. El apetito de los fondos de inversión ya está satisfecho. Ahora prefieren neutralizar el riesgo político, evitando tomar posiciones para un período donde no esté garantizado el paraguas protector de un “peronismo pagador”.

¿Es manejable la deuda en pesos con un criterio de sostenibilidad? Desde un enfoque técnico sería difícil argumentar que el segmento que explica solo una tercera parte del stock total constituye el principal riesgo. Mucho más cuando esa deuda está nominada en moneda local, con el Estado manteniendo el monopolio de la emisión de moneda. El siguiente paso es hace zoom sobre el equilibrio general. Ocurre que el ahorro nacional es acotado y la dependencia crónica del Tesoro por el fondeo doméstico genera efectos de crowding out sobre el sector privado, que “compite” en condiciones desiguales contra un Estado que se come todos los pesos excedentes. Otro punto relevante es la tasa de interés, que tuvo que acoplarse a valores más racionales tras la fuerte corrida a mitad del 2022. Con un costo del capital que ya no se licúa por inflación, la misma renovación de los intereses va aumentando endógenamente las necesidades de financiamiento. Si se extiende en el tiempo el Estado se puede transformar en un adicto que cada vez más necesite inyectar dosis más potentes.

La salida del laberinto sigue siendo un acuerdo político. El año pasado en estas líneas marcábamos la dificultad que afrontaba el Gobierno para pasar vencimientos del otro lado del muro 2023. Un eventual acuerdo debería gravitar en función a un target de déficit fiscal que se considere factible para ser financiado. El problema al respecto es un dilema de incentivos: para la oposición el escenario óptimo es pedir déficit cero (¿o superávit primario?) evitando pagar los costos políticos del ajuste. Para el Gobierno no hay incentivos a hacer el trabajo sucio en el cuarto año de gestión, con una elección a la vuelta de la esquina. En caso de no darse por la positiva, el punto de acuerdo se puede encontrar por la negativa: el riesgo último de un estallido financiero es terminar en una situación de stress del sistema bancario. De hecho, ese fue el gran miedo del equipo económico de Macri en 2019. Hipotecar la confianza en el sistema de depósitos y las instituciones bancarias parece un costo demasiado elevado para un futuro Gobierno que apueste a la normalización macro.

Un contexto financiero más inestable favorece políticamente a la fuerza opositora con mayor competitividad, que es el frente Juntos por el Cambio. No solo por la posibilidad de sacar provecho del clima de malestar que genera el resquemor en los mercados, si no también por edificar (pre)condiciones para mejorar la gobernabilidad de cara al 2024. Al respecto se puede especular con dos ideas:

  • Los niveles actuales de actividad son aceptables, aunque en los próximos meses se opere en un virtual estancamiento. Si se precipitara una crisis financiera se propagaría rápidamente a la economía real. Empezar una gestión con recesión de arrastre es mucho más cómodo que tener que inducir una crisis ex profeso para poder estabilizar.
  • En materia cambiaria se podría pensar que los tipos de cambio libres registran niveles muy altos que garantizarían un superávit externo consistente, en caso de convertirse en valores de unificación. Normalizar el mercado de cambios hoy no produciría una convergencia a estos niveles. Un primer salto “absorbido por este Gobierno” podría allanarle el terreno a la nueva administración.

Massa estos días se mantuvo al margen del fuego cruzado. Solo se ocupó de validar la opinión de su segundo, que negó de plano la insostenibilidad de la posición en pesos. En el minuto a minuto al Ministro lo aquejan problemas más inmediatos, como la negociación con las empresas por el cumplimiento de Precios Justos y el diseño de nuevas estrategias para obtener dólares financieros que permitan cumplir la meta de reservas con el FMI. En cualquier caso, más temprano que tarde habrá que buscar una salida al laberinto de la deuda en pesos. No por los títulos públicos de largo, si no por el programa financiero de corto con el muro infranqueable de octubre. Los optimistas pensarán que terminará primando la cordura, y se negociará una solución colaborativa con la oposición. Los pesimistas, en cambio, correrán pronto a dolarizarse…

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