La inflación descontrolada rompió otro nuevo máximo desde 1991, momento en que florecía el Plan de Convertibilidad de Domingo Cavallo. En ese contexto la paridad fija contra la moneda estadounidense ofició como ancla de precios y permitió construir la estabilidad nominal. A cambio, Argentina se volvió más permeable a los shocks internacionales y perdió grados de libertad para afrontar desbalances fiscales. Hoy esas ideas vuelven bajo la forma del Programa de Dolarización de Javier Milei, que se erige como una alternativa atractiva para quienes exigen soluciones rápidas sin importar el precio.
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El salto del IPC de septiembre fue el mayor en 32 años y llevó la traza inflacionaria al 138,3% anual. Se destacan con mayores subas los rubros de vestimenta (15,7%) y recreación y cultura (+15,1%). En cambio se retrasaron relativamente regulados como la educación (+8,1%) y los servicios públicos de las viviendas (+8,5%). Restando tres números para cerrar el 2023, es probable que la inflación cierre en la zona del 155% al 175%. El proceso actual es regresivo, porque los aumentos en alimentos y productos básicos superan al promedio. Tal es así que el ratio entre el capítulo de alimentos y bebidas VS el IPC general tocó nuevos máximos desde el año 2016. En el desglose por productos se ven aumentos siderales, con subas de hasta 277% promedio en azúcar y 252% en huevos. Puede resultar paradójico que el impacto de la devaluación haya sido inmediato y proporcional, aún en los casos de productos para consumo interno que no se exportan. Pero este parece ser un nuevo rasgo del régimen de súper inflación: se vuelven más difusas las diferencias entre bienes transables y no transables, determinando ajustes automáticos por parte de quienes buscan cobertura.
Un efecto colateral de la aceleración de precios es la erosión en el poder adquisitivo de los ingresos fijos. La caída media de los salarios registrados el último año es del 1,5%, mientras que si nos remontamos al inicio de la administración Fernández, el promedio de deterioro salarial escala al 3,8%. Parecen porcentajes módicos en comparación a una nominalidad desbordada, pero se sienten más por el acumulado de seis años consecutivos sin recuperación de ingresos. La situación es aún más aciaga para los sectores populares. El peso de la canasta básica sobre el salario medio volvió a los niveles máximos del peor momento de la pandemia. En igual sentido, la inflación licúa los haberes jubilatorios, cuya fórmula de ajuste perdió una tercera parte del poder de compra en la última década. Es justo decir que el Gobierno intenta sostener con bonos que se otorgan a la base de la pirámide. También se dispusieron políticas de ingresos, como la transferencia directa a los informales, la devolución de IVA en productos básicos y la eliminación de ganancias. Nada alcanza mientras la curva de inflación no frene. Por eso la pobreza no para de crecer y ya superó el 40%.
La economía argentina está detonada por una severa escasez de divisas agudizada por la sequía, un déficit fiscal difícil de financiar y las restricciones fruto de un endeudamiento externo ruinoso. Las condiciones objetivas del contexto material contrastan con el potencial de mediano plazo, toda vez que se supere el atolladero macro. El bálsamo al cual aferrarse para 2024 es la mejora de la cosecha de granos, que va aportar los dólares que faltaron este año. También harán su parte la reversión del rojo comercial en energía e hidrocarburos, mientras que pueden empezar a mejorar las condiciones para potenciar las exportaciones de servicios basados en conocimiento. La disponibilidad de reservas tiene una conexión directa con la inflación. Las expectativas de evolución del tipo de cambio no tienen techo mientras persista la percepción de arcas vacías en el BCRA. Si los agentes esperan que el dólar se dispare, fijarán sus precios en consecuencia por cobertura ante el riesgo de una devaluación. Parte de la profecía autocumplida de los últimos meses tiene que ver con la forma en que se realimentan las expectativas de inflación y devaluación.
Las declaraciones de los referentes libertarios sugiriendo a los ahorristas desarmar sus depósitos son inoportunas. Más allá de la evaluación técnica que se pueda tener sobre la conveniencia de pagar billete a estos precios, está claro que no se ajusta a lo esperado para una fuerza que pretende llevar las riendas de un país. Hoy toda expresión de los candidatos se mira con lupa en el mercado, y no hay margen para dar señales que puedan encender la chispa del pánico. Una corrida financiera que derive en crisis bancaria y decante irremediablemente en un proceso de hiperinflación nunca debería pensarse como “fuego valyrio” para purificar la macro. Ese colapso podría dejar consecuencias irreparables en materia social, además de tener efectos políticos indeseables. Argentina no necesita ir a una híper como paso final del esquema de inflación alta y persistente de la última década. Todavía es factible aplicar un programa integral de estabilización que se ponga objetivos racionales, construya los acuerdos necesarios y recupere equilibrios macro sin tirar a un porcentaje significativo de la población por la ventana.
¿Estamos al borde de una hiperinflación? Estamos más cerca que hace unos meses y más cerca que en el anterior Gobierno, pero todavía hay barreras efectivas. El cepo cambiario es la principal traba para que un eventual proceso de desconfianza severa derive en una dolarización de magnitud y dispare todas las variables. A pesar de las distorsiones que genera, el control de cambios también permiten atenuar los flujos de capitales externos, desconectando parcialmente a la Argentina de los cimbronazos globales. La demanda de pesos es otro factor que tabica una espiralización. Si bien se viene verificando un incipiente desarme de posiciones en pesos, aún la caída de depósitos en caja de ahorro, cuenta corriente y plazos fijos no es para preocuparse. Lo mismo ocurre con los depósitos en dólares en el sistema bancario, que muestran relativa estabilidad a pesar de la crisis. La indexación de contratos es otro factor que contiene mínimamente. Le pone un piso alto a cada IPC, pero también le construye cierto techo al impedir una aceleración vertiginosa. Por último, cabe una mención sobre el factor institucional. La solidez del sistema bancario basada en encajes fraccionarios muy estrictos, con plena adecuación a la normativa de Basilea, configura un blindaje financiero en momentos de stress.
En el medio de todo esto Massa trata de cruzar el Rubicón. El gobierno tomó acciones después de la tensión extrema sobre los mercados libres en la semana pasada. Aplicaron regulaciones específicas para reducir los flujos desde empresas al MEP/CCL, mientras que intensificaron los operativos anti evasión y lavado reventando cuevas que violan la Ley Penal Cambiaria. Todos parches para llegar a la meta careciendo de flujo de dólares y con reservas netas negativas. Si Massa lo logra la hazaña será de proporciones, dado el grado de desequilibrio previo y el inconmensurable impacto de la sequía. En 2024 habrá tiempo para ocuparse del mecanismo de salida de este desastre…