El primer bimestre puso en claro que 2023 va a ser el primer año en estanflación de los últimos cuatro. Los dos previos registraron crecimiento alto. Más polémico es 2020, pero se podría excluir dado que la inflación registró tendencia decreciente, a pesar de mantenerse desacoplada de los países estables. En cualquier caso, el fenómeno de estanflación hoy es una aberración en mundo. Son pocos los países con desajustes tan severos en su funcionamiento económico, al punto de que mariden dos de los hechos que más dañan la calidad de vida de las personas. Tan anómala es la situación que la presencia de uno de estos males suele reducir las probabilidades del otro. Por caso, la elevada inflación implica la mayoría de veces un repudio a la moneda que aumenta la velocidad de circulación del dinero y, por ende, la demanda de bienes y servicios. Del mismo modo, una situación recesiva debería atenuar los factores de expansión del consumo interno y, de esa forma, atenuar la aceleración de precios como mecanismo para equilibrar la escasez de oferta. Los períodos de la historia en los que se combinó un entorno de alta inflación con estancamiento productivo son relativamente pocos y de acotada duración en el tiempo. Se caracterizaron por concluir con una crisis severa.
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En los últimos cuatro meses la actividad económica interna registró una fuerte caída. El estimador mensual del INDEC se comprimió 2,9% volviendo a niveles compatibles con el mes de diciembre del 2021. Se explica por la menor disponibilidad de reservas para abastecer al sector productivo de las importaciones necesarias para funcionar. También influye el contexto de elevada tasa de interés, que resta posibilidades de financiar capital de trabajo o inversiones productivas a bajo costo. Otro factor determinante es la menor demanda por bienes de consumo, dada la fatiga que acarrea el poder adquisitivo de los ingresos en el marco de la aceleración inflacionaria. Por último, no se puede soslayar la inestabilidad macro general que impide planificar un horizonte de inversiones de largo plazo. Todos estos aspectos dibujan un escenario muy distinto al del año pasado, cuando se superaron con creces las expectativas de crecimiento y Argentina se posicionó entre los países más dinámicos del mundo en el ranking de aumento del PBI. Esa velocidad tenía muchos anabólicos; no era sustentable.
En el inicio de este año Massa hace lo posible para evitar que la economía se frene. Le facilita financiamiento de capital de trabajo a las PyMEs, dispone alivios impositivos focalizados e intenta administrar con mayor eficiencia las autorizaciones del sistema SIRA de importaciones. Nada de esto parece ser suficiente, dada la restricción objetiva de la carencia de dólares. Las compras en el exterior cayeron 10,1% en relación al primer semestre del año pasado, marcando la urgente necesidad de generar un ahorro de divisas para cumplir el objetivo de acumulación de reservas del programa con el Fondo Monetario (que igualmente será revisado a la baja).
El esquema de súper inflación se consolidó en el primer trimestre del año, dada la dificultad para romper el piso mensual del 6%, a pesar que buena parte de los factores exógenos que motivaron el salto del 2022 se fueron apagando. La inflación núcleo promedio en 2022 fue del 5,5% contra un 3,7% en 2021 y solo 2,8% en 2020. Las proyecciones para este 2023 no son mejores: el reporte REM que publica el BCRA ya consigna un salto de precios de casi 100% (mediana de 99,9%), seguido de una inflación del 81,7% en 2024. Esta aceleración se explica por las características mismas del régimen: una estructura de contratos de la economía cada vez más indexada, cobertura casi inmediata armando un “colchón de precios” ante cualquier noticia desfavorable en el plano macro, y un desorden de expectativas cada vez más profundo. Los precios relativos tienen cada vez más distorsiones con una nominalidad viajando cerca de los tres dígitos: por esto se producen correcciones discretas de gran magnitud toda vez que determinado rubro pasa algunos meses sin actualizaciones.
Muchas veces en estas líneas hemos argumentado que esta gestión económica evitó una híper, que parecía el destino inevitable en el momento de mayor convulsión política del año pasado, cuando la economía carecía de todo tipo de anclas y se desarrollaba una corrida cambiaria que duró un bimestre. A pesar de este logro pírrico, el inicio del 2023 muestra la dificultad para bajar la inflación si no se cuenta con un programa integral que estabilice las variables y normalice los mercados. Massa sacó varios conejos de la galera en este tiempo, pero fue más ilusionismo que magia real.
El “Plan Llegar” sigue su curso y todavía tiene buenas perspectivas de éxito, pesar de los condicionantes mencionados. En los próximos días se confirmará un canje de deuda importante para los vencimientos en pesos del segundo trimestre del año, despejando una porción significativa del exigente programa financiero de corto plazo. Esta acción puede aliviar tensiones en la plaza financiera, acotando las expectativas de aumento de los dólares libres. El cumplimiento del Plan Llegar no está garantizado porque pueden darse contingencias imponderables, pero la situación económica actual se parece más a una lenta agonía que a un shock repentino. Si el Gobierno estaciona la máquina en destino, quedará para la próxima administración oficiar mecanismos de salida para este esquema de estanflación. Hay un consenso amplio en que el régimen inflacionario en el estadio actual requiere un Plan de Estabilización tradicional. Menos acuerdo existe sobre su efecto en materia de actividad, ya que una parte de la disciplina considera que un programa bien diseñado podría tener efectos expansivos. En cualquier caso, sería sano que 2024 empiece a mostrar resultados en por lo menos una de las dos dimensiones económicas. Otro año con estancamiento y altísima inflación puede afectar fuertemente la valoración de gestión en el primer año del próximo gobierno.