En la niñez nos enseñaron que la Revolución de Mayo y en el Cabildo Abierto el pueblo preguntaba de qué se trata.
Querían independizarse del colonialismo español y por eso en América Latina hablamos en castellano y se perdieron las lenguas autóctonas.
Sin embargo, ahora nos hablan en inglés para que el pueblo no sepa de qué se trata.
No creo que sea casualidad que son las dos estrategias fundamentales del poder mediático y financiero para disimular las falsas noticias o mentiras que matan (fake news) y el armamento judicial o la guerra judicial (lawfare).
Ya sabemos que el que domina nomina, pero justamente nominar en otro idioma es para que el pueblo no piense, solo podrá saber qué quiere decir la palabra.
Será la razón instrumental pero no la razón crítica.
Ya sabemos que antes se daba misa en latín hasta que hablaron para el pueblo y hablaron en las lenguas vernáculas.
Lo mismo hacen en las carreras de abogacía que hablan en latín para que no entendamos y hacen críptico el poder judicial para que sólo los abogados y abogadas sepan las escaleras que deben subir y las diversas cámaras o la Suprema Corte.
Para ello, es necesario también la vulgarización del derecho.
El derecho a la comunicación va de la mano de la comunicación del derecho.
Sostiene Ernst Bloch, en su libro Derecho natural y dignidad humana, que fue el jurista, (profesor de los incipientes derechos del hombre según el autor) fue Christian Thomasio quien en 1687 anunció su curso en idioma vulgar (alemán) en la universidad ya que hasta ese momento las clases eran en latín.
Para Bloch, “el monopolio cultural, agudizado por el uso del latín, mantenía completamente separados, incluso dentro de la misma burguesía, a los letrados de los iletrados, además de que alejaba la ciencia del pueblo en su totalidad”.
Desde que se sostuviera que la aspiración a la felicidad era el rasgo fundamental de la naturaleza humana y sus impedimentos (temor e indigencia) que dieron lugar al contrato social, y la tarea del Estado, pasaron más de tres siglos y en las aulas universitarias así como entre abogados y juristas, nos explican en latín crípticamente muchos de nuestros derechos y obligaciones al mismo tiempo que nos explican “que la ley se supone conocida”.
Lejos estamos entonces de enlazar la felicidad humana con la dignidad humana como el criterio que debería medir el valor del Estado.
El problema reside en que todos pensamos desde el lenguaje vernáculo, aun cuando sepamos otros lenguajes.
Pensamos desde la niñez y en otros idiomas no pensamos, solo entendemos.
Se preguntaba un filósofo ¿qué significa pensar?
Los “juntos por el desprecio” no quieren que pensemos.
El desprecio es diferente al odio.
No reconozco a quienes desprecio, no es odio.
Para odiar tiene que tener la misma estatura, el mismo poder, como en el boxeo.
No ponen a un peso pesado contra un peso liviano como no ponen a Messi a jugar con un patadura.
Por eso en las universidades tenemos que enseñar a pensar, porque debemos transformar la información en pensamiento en castellano o lunfardo o lengua vernácula.
Después de haber leído la Historia del conurbano de Saborido, leí La Sociedad del desprecio de Axel Honneth y conociendo el conurbano profundo desde más de dos décadas, volvemos a pensar que sólo la comunidad puede contrarrestar el totalitarismo del capital que sólo le interesa la especulación financiera y sus intereses privatistas y poco le interesa el bienestar de las personas y su felicidad o autorrealización.
Nos hablan de la meritocracia, como si hubiera una maratón entre una carrera de obstáculos que fuera entre una persona en silla de ruedas y un maratonista.
Cuando unos pocos nacen en familias muy ricas y otros nacen en hogares sin techo o comida, que no tienen la misma posibilidad de acrecentar su bienestar o autorrealizarse.
Lo que existe en el conurbano, es una comunidad que, como sostenía el propio Hegel, citado por Honneth tiene amor, siente la injusticia porque tiene derechos y tiene solidaridad con su prójimo, es una verdadera comunidad.
Nunca entenderemos a quienes creen que cuanto más tienen, cosas, plata, (no importa adónde), valen más y se a-precian entre sí, y des-precian a los otros, como si el valor de una persona tuviera precio como los objetos y las cosas. Los valores no tienen precio. Por lo mismo des-precian a los que no tienen las cosas que pueden tener pagando.
Los valores no tienen precio.
Por eso en varios filósofos sociales se habla de la cosificación, atribuyen a las personas los adjetivos de las cosas, como el trabajo que realizan y en la filosofía se produce la alienación.
Hace muchos años que discutíamos la teoría del valor que es intrínseco o por la relación con otra cosa.
En inglés se distingue el worth, del value y del price.
En castellano se podría decir valor de uso o valor de cambio o el precio.
Parecería que para el sistema liberal capitalista, el precio del trabajo es el salario, y los sindicatos luchan para aumentar el salario de la fuerza de trabajo sintiendo que se bastardea el trabajo que realizan las personas.
¿Por qué se desprecia el trabajo de algunas personas y no se desprecian los intereses del capital, o quienes fugan sus capitales a paraísos fiscales si, como dice Honneth evaden el fruto del trabajo de su territorio?
El problema parece ser del reconocimiento.
Y las grandes fortunas o los afortunados con la especulación, no reconocen el trabajo que hizo a sus fortunas.
El comunitarismo del conurbano es el que lucha por su reconocimiento y es lo que desprecian desde el poder de los medios de comunicación y los poderosos que tienen fortunas que hicieron con el trabajo ajeno y con la especulación financiera.
Perón sostenía en su ponencia La comunidad organizada que la angustia de Heidegger se transforma en náusea por el desencanto, por haber perdido la finalidad y la norma.
Por eso, para devolverle al hombre su combatividad, su actitud combativa “se le debe devolver la fe en su misión, individual, familiar y colectiva”.
La comunidad organizada políticamente mediante leyes proveerá la norma ética.
Sin embargo, para el reino interior, para la personalidad, sólo existe una norma: la educación, que es la que afirma en nosotros una actitud conforme a moral.
Para el “gobernante-pensador”, la teoría de Platón sobre la integración recíproca entre el hombre y la colectividad a la que pertenece, es fundamental; así como la virtud suprema es la justicia y el Bien es orden, armonía y proporción.