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Perú, desde el imperio incaico, la conquista eterna

Con un horror que los disciplina, la mayoría de los gobiernos progresistas de la región se asoman a mirar la crisis recurrente de ese país pero apenas se pronuncian tras el golpe de Estado contra Pedro Castillo.

Lunes, 23 de enero de 2023 a las 10 33

Por Cynthia García y Pablo Di Pierri 

La edición de la CELAC que se realiza esta semana en Argentina seguramente ofrezca alguna condena o, al menos, una reflexión sobre la represión contra el pueblo peruano dispuesta por Dina Boluarte, quien ingresó junto a Castillo profesando una identidad de izquierda pero cerró filas con la derecha sanguinaria de Lima. Sin embargo, el flamante presidente de Brasil, Lula Da Silva, consideró que "todo ocurrió dentro de los moldes constitucionales"

Boluarte tiene el respaldo de Estados Unidos. Anthony Blinken, secretario de Estado del gobierno yanqui, brindó su apoyo a la dirigenta que depuso a Castillo y reclamó las reformas necesarias para Perú.

Una mirada atenta descubriría que ese país, impedido de una normalización política de sus instituciones por permanecer subordinado a la criminalidad económica de sus dueños y la voracidad financiera de sus verdugos, es víctima privilegiada del choque entre Estados Unidos y China. Segundo exportador de cobre, acreedor del sexto yacimiento mundial de litio y abierto a la explotación de uranio, el Estado peruano es también nodal en la conexión de la Ruta de la Seda ideada por Beijing. Actualmente, la empresa oriental Cosco construye un puerto en Chancay, con fuerte impacto regional y hasta que el sistema político se deglutió a Castillo se avanzaba con un ferrocarril que conectaría con la Amazonia y tendría ramificaciones hacia Bolivia y Argentina. Incluso, empezaba a discutirse la implementación del 5G, un mercado donde la disputa comercial se superpone con la confrontación geopolítica por el manejo de los datos entre los dos gigantes de la economía global, o sea, Estados Unidos y China.

Pero como si fuera poco, la crisis peruana también expone el viejo racismo de los blancos contra los cholos. Maestro rural, Castillo era indigerible para la oligarquía limeña. Y por eso, la saña represiva se despliega estratégicamente en distritos como Ayacucho y Puno, sin tocar Arequipa u otras zonas, más respetables para la canalla. Y por eso mismo también, está claro que quienes reclaman contra Boluarte acusando su traición y reclamando una nueva constitución son los peruanos que bajan de los cerros, los pobres, los desarrapados, los postergados de siempre.

Pero Perú es el abismo no sólo por el racismo inoculado hipodérmicamente durante siglos o la refriega hegemónica de las potencias mundiales sino también por la subordinación mayoritaria de la dirigencia política, docilizada hasta niveles exasperantes para cumplir con el mandato de los capitales extranjeros.

Los anteriores presidentes de Perú y sus "salidas"

El ejemplo más resonante tal vez sea Alberto Fujimori, que asumió en 1990, dio un autogolpe en el '92 y renunció por Fax desde Japón en el 2000. Fue condenado a 25 años de prisión por crímenes de lesa humanidad.

Desde entonces, sobrevino una saga de inestabilidad que ni Gabriel García Márquez hubiera podido novelar. Alejandro Toledo gobernó entre 2001 y 2006 pero lo salpicaron las denuncias por corrupción del caso Odebretch y fue enjuiciado en Estados Unidos. Lo sucedió Alan García, que ya había sido presidente entre 1985 y 2000. Gobernó hasta 2011 pero también fue alcanzado por la trama de la corrupción en torno de Odebretch y se suicidó en 2019 cuando la Policía iba camino a su casa para detenerlo.

Entre 2011 y 2016 fue el turno de Ollanta Humala, condenado también por corrupción en 2017. Su sucesor, Pedro Pablo Kuczynski, renunció en 2018, un día antes que el Congreso votara su destitución y terminó bajo arresto domiciliario por presunto lavado de dinero.

Su reemplazante, Martín Vizcarra, duró hasta noviembre de 2020. Luego la unicameral parlamentaria de Perú lo depondría y colocaría en su lugar a Manuel Merino, que duró 5 días. El piloto de tormentas de esa etapa terminó siendo Francisco Sagasti hasta las elecciones que encumbraron el año pasado a Castillo.

La inestabilidad de Perú, podría decirse, no está vinculada a cualidades ínsitas de sus políticos sino a la sujeción de su política bajo los tentáculos de un poder económico insaciable. El extractivismo de los recursos que opera desde los tiempos de la colonia se chupa también el desarrollo de un sistema político que organice la sociedad bajo una democracia que no pida permiso a Washington u otros enclaves que la tutelan como antes lo hacían los reyes de España.

Perú es el abismo por esa razón. Sin política, gobierna el mercado y el orden lo garantizan, a balazos limpios, los represores.

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