Es probable que el próximo jueves, cuando se realice la conmemoración del vigésimo aniversario de la asunción de Néstor Kirchner en Plaza de Mayo, ella establezca con la multitud el diálogo que la base de sustentación demanda para la etapa que sigue, bajo preguntas que inquieren por dónde, cómo y con quién ir.
No es que vaya a haber respuestas para los tres interrogantes porque, para empezar, el plazo formal para la inscripción de los nombres en las boletas caduca el 24 de junio pero el kirchnerismo disputará con fervor lugares para dirigentes propios que puedan encarnar la custodia y reivindicación de su legado después de las elecciones, o la resistencia -si el saldo del escrutinio fuera negativo-.
Sin embargo, no todo está perdido aún. Al contrario, la Vicepresidenta especula con un escenario de tercios porque, más allá de su propia dificultad para prevalecer en las urnas -fruto de la persecución judicial y el asedio mediático-, la traumática experiencia del Frente de Todos deriva en una neutralización despolitizadora de las fracciones en pugna: así como el kirchnerismo no está dispuesto a ceder su caudal de sufragios para que alguien con revestimientos de peronismo blanco, equilibrado o clásico tome el bastón de mando, tampoco parece que hubiera gobernadores de esa extracción peronista -o líderes que pudieran expresarlo- dispuestos a someterse al control de calidad que instrumente la ex Presidenta a través de La Cámpora u otras herramientas. Después de este mandato errático, nadie quiere ser Alberto Fernández.
Así, se ve que el kirchnerismo no puede superar el 30 por ciento, sea cual sea el apellido que encabece. Porque nadie se le suma ni le agregaría a su armado y tampoco el kirchnerismo se subordinaría al armado de otre. Lo que importa es el piso, claro, pero el techo bajo es obra y gracia de los arquitectos.
Por eso, el rival más accesible sería Javier Milei, en las ecuaciones que se labran en el Senado. Si el ballotage fuera contra los libertarios, se supone, el radicalismo podría votar al peronismo con la nariz tapada.
Y aun bajo ese intrincado entramado de hipótesis, lo que venga no necesariamente asoma agradable. No es un tiempo feliz el que se avecina ni una primavera de alivios y promesas, sino un horizonte de luchas y sinsabores. Incluso, porque el acuerdo al que llama persistentemente la propia Vicepresidente no tienta a nadie en la oposición: por más loable y lúcida que sea su interpelación, ¿por qué los representantes de los grupos económicos en el Congreso se allanarían a un pacto sobre qué hacer con la economía bimonetaria si sus mandantes se hacen más ricos con ella?
Los próximos años, sin importar el dictamen de la voluntad popular en los comicios, habrá que tramitar la identificación de los cuadros electos en el peronismo como representantes inconfundibles e insobornables de los intereses de los trabajadores y comerciantes. Así como los grandes empresarios de la oligarquía diversificada tienen sus delegados en el Congreso y sus candidatos en la oposición, las organizaciones sociales, sindicales y políticas con capilaridad territorial tienen que asumir el protagonismo y reclamar su representación genuina en las instituciones para reconstruir la articulación imprescindible entre el palacio y la calle.
De lo contrario, el artículo 22 de la Constitución Nacional, ese que dice que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, habrá que reescribirlo por una fórmula más enajenante para asumir que la Argentina se gobierna por Twitter.
*Por Cynthia García y Pablo Di Pierri