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Causas y efectos de la posible paralización económica

La actividad productiva se encamina a hilar tres años consecutivos de crecimiento. No obstante los motores empiezan a apagarse. Las incongruencias macro más temprano que tarde terminan en una nueva recesión.

Domingo, 13 de noviembre de 2022 a las 19 19

Por Sergio Chouza

Economista y docente UBA/UNdAv

Domingo, 13 de noviembre de 2022 a las 19:19

Tres momentos ya tuvo la actividad económica en el Gobierno de Alberto Fernández: desplome monumental en los meses de pandemia, furor por la recuperación consistente y posterior ralentización del ritmo del crecimiento. Posiblemente en 2023 ingresemos a una cuarta fase, de virtual estancamiento agregado y heterogeneidades entre diferentes sectores. En el consolidado la actual gestión cerrará con un crecimiento acumulado que proyectamos en 4,1%, equivalente al 2% toda vez que ajustamos en términos per cápita. Al final del día vamos a tener tres años de crecimiento en cuatro, contrastando con el resultado inverso en la administración macrista. Subiendo la lupa, Argentina no registraba tres períodos consecutivos con variación positiva del PBI desde el trienio 2006/08, o sea quince años atrás. Este derrotero errático de la actividad productiva desde fines de la primera década del siglo es fruto de una macroeconomía muy inestable, que lleva más de una década sin recuperar un equilibrio fiscal y del sector externo consistente.

El crecimiento económico no se traduce linealmente en capital político. Ningún Ejecutivo puede aspirar a reelegir solo a partir de un buen desempeño en materia de actividad. El éxito productivo es condición necesaria, pero no suficiente. La gran asignatura pendiente de estos años fue mejorar la distribución del ingreso, coparticipando en el crecimiento a la mayor parte de la población. Que esto no haya ocurrido parece más una anomalía que la norma general. Los períodos de mejora en la actividad suelen ir de la mano con una mayor participación del trabajo en la renta nacional, pero en estos años no fue así. El margen empresario ganó casi 4 puntos en la torta distributiva desde el 2019, a expensas de la porción que se lleva el empleo asalariado. El aumento del PBI coexiste con una caída del poder adquisitivo de los salarios, derivando en un crecimiento más desigual. Buena parte de este resultado se explica por una macroeconomía disfuncional que genera condiciones para una mala resolución de la puja distributiva.

En la dinámica sectorial los números de este Gobierno vienen siendo satisfactorios, con lógicas heterogeneidades. Los sectores industriales livianos con demanda cautiva en un mercado interno protegido presentan números más que satisfactorios. Por ejemplo, la producción de alimentos y bebidas se posiciona un 12,3% por sobre los niveles del 2019, la industria química trabaja 15,3% más que hace tres años atrás, la industria del caucho y plástico acumula un alza del 14,2%, mientras que la actividad textil consolida una mejora del 1,5% punta a punta. En cuanto a los sectores más representativos por peso específico e importancia relativa en la creación de empleo, los datos también son aceptables. La producción automotriz ya opera en máximos desde el 2018, con una suba del 28,1 % en lo que va del 2022. Otra industria pesada con buen desempeño es la siderúrgica, con una producción de acero que crece 5% este año, también en máximos de cuatro años. Por último, pero no menos importante, el sector hidrocarburífero muestra buenos resultados tanto en petróleo (con la producción de crudo crecieron 13,8% en el año) como en gas (+9,7% acumulado interanual).

Tras la recuperación acelerada después de la pandemia, algunos motores de crecimiento empiezan a mostrar señales de desgaste. Hoy el atolladero en materia productiva está principalmente determinado por la falta de dólares. El nuevo régimen de importaciones SIRA vino a limitar el “festival de importaciones” de empresas que adelantaron importaciones antes de quedarse sin acceso al MULC. Como profecía autocumplida, el cambio en el flujo de pagos externo por las distorsiones del mercado de cambios impidió que el Banco Central lograra una acumulación consistente de reservas que le permitiera anclar las expectativas de devaluación y cerrar naturalmente la brecha. Los ingresos de divisas por el dólar soja no van a alcanzar como puente hasta la próxima liquidación (parcialmente menguada por la sequía). El escenario más probable para los próximos meses es que el Gobierno establezca un límite mensual de importaciones de bienes. Aunque se apliquen los mecanismos de administración más eficientes, atentarán contra la posibilidad de sostener el ritmo del crecimiento.

La tasa de interés es sin dudas un factor preponderante para la producción. Se trata de la tasa de descuento para la operatoria diaria de manejo de liquidez de las empresas. Asimismo, determina las decisiones de inversión de mediano y largo plazo para todas las operaciones que requieran acceder al crédito a través del sistema bancario o financiero. En los hechos, la tasa de interés de política monetaria subió 26 puntos de TNA desde mitad de año a la fecha. Representa pasar desde una tasa de efectiva del 61,6% en junio a otra del 107% en la actualidad. La escala de esta suba es significativa, pero no caprichosa. El Ministro Massa persiguió desde el primer día el objetivo de volver a un esquema de tasa real “no negativa” y por eso la acopló con el ritmo inflacionario. ¿Existían alternativas? En el contexto de una corrida cambiaria de duración inusitada, que en agosto amenazaba con llevar puesto todo, los escenarios de first best no aparecían en el espectro de lo posible.

El paquete de medidas para anclar mínimamente la nominalidad de la economía presenta un trade offevidente con el dinamismo de la actividad interna. La demanda empieza a mostrarse exhausta después de un año completo de caída del poder adquisitivo, donde por primera vez el promedio de salario en el sector registrado ya pierde contra la inflación para el acumulado desde diciembre 2019. La salida del laberinto sería compensar la menor potencia de la demanda local por medio de demanda externa. Para la mayor cantidad de sectores el sistema cambiario de excepción atenta contra la competitividad y los incentivos a las exportaciones. Un último punto se vincula con el régimen de súper inflación en curso. Con un mercado interno convalidando cualquier precio, por carecer de referencias estables, sería imposible romper la inercia inflacionaria. De hecho, cuando el próximo Gobierno implemente un Plan de Estabilización la recesión va a ser uno de los resultados ex profeso, como mecanismo necesario hasta que los precios relativos se corrijan. Se vienen años complicados. La magnitud de los problemas es mayúscula y hoy cuesta pensar un escenario de salida sin efectos colaterales indeseables…

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