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La manta corta de Massa: ruido financiero o recesión

Con una restricción externa histórica potenciada por el factor sequía y las exigencias del FMI, el Gobierno deberá hacer equilibrio entre mostrar robustez de reservas sin secar la actividad. El factor electoral y el Plan Massa.

Domingo, 29 de enero de 2023 a las 18 39,

Por Sergio Chouza

Economista y docente UBA/UNdAv

Domingo, 29 de enero de 2023 a las 18 39,

La preocupación permanente por la falta de dólares se maximiza por tratarse de un año electoral. Históricamente se reduce la demanda de pesos, y los fondos de inversión se posicionan en divisas para cubrirse de la volatilidad financiera. Hay además objetivos a cumplir con el Fondo Monetario, que exige acumular U$S 4.800 millones para fines de diciembre. Todo esto quitará grados de libertad para aliviar restricciones comerciales, a pesar de las múltiples quejas por parte de las empresas impedidas de planificar convenientemente su producción. De fondo se oculta la procrastinación del desaguisado cambiario, con cotizaciones que no reflejan la competitividad relativa de nuestra economía e impiden alinear los incentivos a través del sistema de precios del comercio exterior. Todavía en “Plan Aguantar”, el Ministro de Economía busca hacer equilibrio en la cuerda floja que divide el abismo de ingresar en una nueva recesión y el riesgo de una nueva corrida sobre la moneda, sin instrumentos para hacerle frente.

Los datos de cierre del año pasado en materia de importaciones muestran dos momentos bien diferenciados. En el primer semestre se conjugaron las mayores necesidades de insumos y bienes de capital por el fuerte arrastre de crecimiento económico, con precios internacionales al alza. Las compras en el exterior no paraban de subir. Tocaron máximos en junio, cuando se superaron los U$S 8.600 millones fruto de los elevados pagos de gas a Bolivia y barcos con GNL. En cantidades, las importaciones recuperaron pari passu desde la salida de la pandemia. Al tercer trimestre del 2022 ya se posicionaban solo 7% por debajo de los niveles máximos del 2017. Esta escalada es perfectamente compatible con la recuperación del PBI per cápita, demostrando la ligazón indefectible entre crecimiento y dependencia externa. Mismo fenómeno se da en el rubro servicios, con pagos netos superiores a los U$S 10.000 millones el año pasado. A pesar de la segmentación cambiaria, con la disposición de cuantiosos impuestos al turismo y gastos en el exterior, parece presentarse cierta insensibilidad a la baja en estos patrones de consumo.

Las exportaciones, por su parte, presentaron una dinámica heterogénea en 2022. Sufrieron las distorsiones macro, a pesar del buen contexto de demanda global. En valores se alcanzó un récord histórico con más de U$S 81.500 millones, aunque el gran determinante fue el efecto precios. Por caso, el complejo cerealero oleaginoso consolidó el mejor año de la historia en ventas al exterior, con ingresos por más de U$S 40.000 millones. Aún así, el segmento de productos primarios y manufacturas agrarias perdió participación en el comercio exterior, pasando de explicar un 67,7% promedio en 2021 a 64,7% en 2022. Es así que el saldo comercial se redujo un 53,1% en relación al cierre del 2021. No es fácil cuantificar el costo de oportunidad de los problemas cambiarios sobre las exportaciones. En las mercancías el efecto puede ser acotado, dada la dificultad para vender unidades físicas sin declarar. En cambio, en las actividades de servicios existen muchos mecanismos para evitar declarar operaciones con el exterior. Son dólares que no entran en la economía, fruto de un arreglo macro ineficiente.

No descubrimos nada planteando que el ritmo productivo este año va a estar estrictamente ligado a la disponibilidad de dólares, y esto fuertemente vinculado a los resultados de la cosecha gruesa del segundo trimestre. A partir de las contingencias, el Gobierno deberá tomar una decisión de política económica. Definir cómo manejar el equilibrio entre pax financiera y crecimiento, cuya contracara es el par inestabilidad/estancamiento. Conforme avance el flujo de liquidación de dólares se abrirá la posibilidad de flexibilizar controles a las importaciones, a expensas de una mayor velocidad de acumulación de reservas internacionales. De otro modo, mostrar una posición más robusta del Banco Central ayudaría a despejar eventuales ruidos financieros y ganar solidez para afrontar movimientos disruptivos en los meses más tensos a nivel político. Surge así un dilema evidente, donde un aliento excesivo a la actividad económica puede restar poder de fuego al equipo económico para hacer frente a presiones especulativas pero, a su vez, una producción menos vibrante puede deteriorar los indicadores de empleo e impedir una recuperación salarial.

El sistema de importaciones SIRA implementado a mediados de octubre parece haber fijado un límite implícito de U$S 6.000 millones mensuales tope por todo concepto. Más allá de que esto no fue hecho explícito por las autoridades, este limitante encuentra razón en dos factores:

  • El stockeo previo por los anticipos de compras, desde mediados de 2021. Este proceso se motivó por la disparada de la brecha cambiaria, que generó incentivos espurios para un acceso sobredimensionado al MULC. El Gobierno podría argumentar que una parte de las empresas que utilizan intensivamente insumos importados ya se armaron suficiente colchón de bienes intermedios en los meses previos.
  • La necesidad de frenar una economía recalentada, donde la elevada inflación realimenta la demanda sobre bienes por parte de los pesos que buscan algún refugio material de valor. Si la velocidad de circulación del dinero no se detiene a partir de un mayor ahorro con vehículos de largo plazo, se puede parar en seco por medio de la insuficiencia de oferta. No sería una solución conveniente, pero es consecuencia de la manta corta de una economía con restricciones múltiples.

La dimensión política hace pensar que el Gobierno priorizará descomprimir la trayectoria de precios, para conservar algo de competitividad electoral. Esto no significa forzar una recesión, pero sí allanarse a una nueva velocidad de crecimiento, que no exponga la hinchazón ficticia por los dólares baratos de las restricciones cambiarias. Las actuales condiciones macro generan cierta rigidez a la baja en las importaciones, obligando a administrar con más eficiencia las autorizaciones a las empresas que mueven la aguja por magnitud de operaciones. El escenario más promisorio cierra con niveles de actividad más moderados, pero evitando una recesión. Será clave el timing del ciclo de liquidaciones del sector primario, que el año pasado mostró una dinámica poco funcional. Si proliferan nuevos episodios de crisis, el Ejecutivo deberá priorizar la estabilidad financiera para minimizar el riesgo de aceleración nominal. Para esto no hay fórmulas mágicas sin espacio para reformas económicas integrales: más cepo, más intervención de mercados y a colgarse del travesaño para llegar a octubre…